A lo largo de la historia el fenómeno cisterciense se diversificó, dando origen a diferentes Órdenes y Congregaciones. Presentamos aquí el carisma según la visión de la Orden a que pertenecemos: Orden Cisterciense de la Estrecha Observancia (OCSO).
La finalidad última de un monje cisterciense es la de buscar sinceramente al Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo, bajo una Regla y un Abad, en una comunidad de hermanos. La regla básica para nosotros, como para cualquier cristiano, es el Evangelio, que interpretamos según un estilo de vida señalado por la Regla de San Benito y por nuestras Constituciones.
Esta búsqueda de Dios, a la que nada queremos anteponer, la vivimos en un marco de vida de soledad y silencio, de vigilancia y alegre penitencia, de lectio divina, oración personal y oración litúrgica. Deseamos una vida sencilla, escondida y laboriosa, dedicada, fundamentalmente, al trabajo manual. Por ser monjes cenobitas vivimos en comunidad, dando una relevancia esencial a las relaciones fraternas.
Por estar enteramente dedicados a la contemplación, no tenemos tareas pastorales. Ahora bien, como cualquier cristiano, no podemos renunciar a la dimensión apostólica de la Iglesia, que desplegamos a través de nuestra oración eclesial, universal y solidaria con toda la humanidad, mediante la acogida de huéspedes, cristianos o no cristianos, que se acercan a nuestros monasterios con alguna inquietud, o con la pretensión de participar de nuestro carisma, compartiendo la liturgia, el silencio, etc.
La estructuración del tiempo está sabiamente repartido a lo largo de cada jornada, intentando buscar un sano equilibrio físico, psíquico y espiritual, y está configurado en torno a tres valores monásticos básicos: el oficio divino, la lectio divina y el trabajo manual; a una condición evangélica irrenunciable: la vida en común; y a dos necesidades humanas vitales: el comer y el dormir.
Para más información: El Fenómeno Cisterciense