Reflexión de un monje de Sobrado sobre la acogida monástica:
Una acogida de acompañamiento integral de la persona
Cuantos se acercan a un monasterio traen su propia historia, sus propias angustias, problemas y cansancios, tanto físicos como psíquicos. Muchas veces son personas a las que la sociedad rechaza o excluye, personas que no encuentran un espacio donde sentirse acogidos y reconocidos en su dignidad de seres humanos e hijos de Dios. El monasterio debería estar especialmente abierto para las personas que necesitan descansar de la carga de la vida, de su enfermedad, de su angustia, de su soledad.
A veces se confunde una hospedería monástica con una casa de ejercicios o de retiros espirituales, y aunque también se puede cumplir esa misión, hay que tener claro que una hospedería va más allá de ese tipo de acogidas. Estar abiertos para las pobrezas humanas manifestadas en la vida de tantas personas que no saben guiarse, que no se soportan a sí mismas y por ello están en guerra con el mundo. Personas que han olvidado lo que es ser tratado con respeto y cariño. Personas que no pueden creer en un Dios bueno porque la vida les ha machacado. Personas que buscan un motivo para seguir adelante y para creer en sí mismas.
Pero para hacer esto hace falta que los monjes y monjas nos sintamos parte de esa humanidad herida y seamos capaces de mostrar nuestra propia debilidad como el lugar donde se realiza la salvación de Dios: como el lugar de la revelación de lo que estamos llamados a ofrecer a los demás, haciendo de nuestra carencia oferta de vida.
Enrique MIRONES DÍEZ, Testigos en comunión con el mundo
in NOVA ET VETERA, Año XXX, nº 61, enero – junio 2006, 61.