Desde que nacemos necesitamos sentirnos sustentados por alguien que nos proporcione confianza, una confianza vital. En determinadas circunstancias, esta confianza básica no logra desarrollarse en la etapa inicial de la vida y el niño muere mentalmente. No es capaz de responder ni de aprender: no asimila los alimentos, ni puede defenderse frente a una infección, llegando con frecuencia a morir, no solo mental sino físicamente.
Creo que esta carencia de confianza básica es algo que a todos, en mayor o en menor medida, nos acompaña a lo largo de la vida. Y aún cuando no hayamos muerto ni física ni mentalmente, hemos tenido que sobrevivir como hemos podido y sabido. Para ello nos hemos revestido de una coraza protectora que nos mantiene al resguardo de innumerables amenazas que nos fuerzan a vivir cautivos del miedo y de la desconfianza. Esta falta de confianza vital parece estar siempre ahí, dándonos la sensación de que nunca podremos deshacernos de ella.
Si a lo largo de nuestra vida tenemos la suerte o la gracia de saborear esta confianza y vivirla en la reciprocidad, aparece algo realmente prodigioso: como un optimismo original, como la percepción de que “alguien hay aquí” que nos acompaña siempre y sin el cual no podemos vivir.
En tiempos de Jesús, estaba en vigencia lo que dice el Levítico, que «la mujer permanecerá impura cuando tenga su menstruación o tenga hemorragias; todo lo que ella toque quedará impuro, así como también quien entre en contacto con ella». La mujer hemorroisa, saltándose la Ley, toca a Jesús. Y Jesús, dejándose tocar, se coloca por encima de los códigos sociales y religiosos. El tabú de la impureza queda roto (Fray Marcos).
Aquella mujer, que había probado todos los remedios a su alcance gastándose toda su fortuna, comprende que no puede sanar de un modo fecundo su enfermedad si no comienza por aceptarla; reconoce que no puede curarse por sus propias fuerzas, sino que toda liberación sanadora, es un don gratuito de Dios. Y no la va a obtener si no la desea, porque para recibir la gracia que ha de transformarla es preciso que se acoja a sí misma y se acepte tal como es.
Pero incluso para amarse y aceptarse como es, necesita del contacto de otro, que propicie un encuentro de corazón a corazón. El cuerpo “impuro” de la mujer, es reconocido y aceptado como normal, y se abre a la comunicación profunda y sanadora a través del cuerpo. Jesús y la mujer están expresando lo mejor de sí mismos. Los cuerpos son instrumentos de encuentro liberador. Se da una complicidad total entre dos seres humanos que se relacionan desde lo más hondo de su ser. Una relación que abarca todos los aspectos del ser, el físico, el psíquico y el religioso. Se seca la fuente de su hemorragia. Subjetivamente, nota que había sido curada. El milagro se produce sin que intervenga la voluntad expresa de Jesús (Fray Marcos). La confianza básica de la mujer, ha sido restaurada.
El contacto con Jesús, su abrazo que lo abarca todo, nos autoriza plenamente a ser nosotros mismos, con nuestras limitaciones y nuestra incapacidad; nos otorga el “derecho al error” y nos libera de esa especie de angustia u obligación, que no tiene su origen en los planes de Dios, sino en nuestra psicología enferma, y que con frecuencia hace presa en nosotros, obligándonos a ser otra cosa distinta de la que somos.
Cuando contactamos con Jesús de corazón a corazón somos realmente capaces de aceptarnos a nosotros mismos, nos sentimos liberados del apremio de ser “los mejores”, los perpetuos “ganadores”, y podemos vivir con el ánimo tranquilo, sin hacer continuos esfuerzos por mostrarnos como en nuestro mejor día, ni gastar increíbles energías en aparentar lo que no somos; podemos -sencillamente- ser como somos.
Tenemos mucha dificultad en aceptar nuestra vulnerabilidad porque pensamos que nos incapacita para el amor haciéndonos creer que no merecemos ser amados. El contacto con Jesús nos hace percibir la falsedad de esta idea: el amor es gratuito y no se merece, y nuestra debilidad no impide que Dios nos ame, sino todo lo contrario. ¡Es increíble vernos liberados de esa obligación desesperante y terrible: la de ser personas de bien para poder ser amadas!
Acabo con una cita del Papa Francisco, tomada de una de sus homilías:
El sitio privilegiado para el encuentro con Jesucristo son los propios pecados. Si un cristiano no es capaz de sentirse precisamente pecador y salvado por Cristo Crucificado, es un cristiano a mitad de camino, es un cristiano tibio. Y cuando nosotros encontramos Iglesias decadentes, cuando encontramos parroquias decadentes, instituciones decadentes, seguramente los cristianos que están allí no han encontrado jamás a Jesucristo o se han olvidado de aquel encuentro con Jesucristo. La fuerza de la vida cristiana y la fuerza de la Palabra de Dios está precisamente en aquel momento donde yo, pecador, encuentro a Jesucristo y aquel encuentro da un vuelco a la vida, cambia la vida… Y te da la fuerza para anunciar la salvación a los demás.
Imagen: La curación de la mujer hemorroisa. (Fresco de las catacumbas de Roma).
Esto es tan inmensamente liberador, sanador, gozoso, iluminador…inflamador de Amor! Como es posible que nos enseñaran y nos condujesen por el camino contrario? Solo encuentro dos razones: la ignorancia de algunos y el miedo generalizado a la libertad, por la escasa confianza en la nobleza del ser humano al pensar que si todos nos sentimos redimidos, nos corromperemos. Sin miedo, sin obligación, haremos todo lo que nos dé la gana, que además será malo. Toda nuestra relación con Dios, queda deteriorada porque no nos moveremos por amor gratuito.
Pero, estamos hechos » A su imagen» y habitados por su Espíritu. No podemos ser tan pesimistas. Y, sobre todo, no podemos vivir en una mentira que oscurece Su Rostro. Más aún, por obligación hacemos lo imprescindible, lo mínimo. Pero, por amor somos capaces de todo, damos, nos entregamos desmedidamente. La experiencia de la realidad lo confirma.