TODO LO HA HECHO BIEN

criança - liberdade

El relato evangélico de hoy (Mc 7,31-37) queda armonizado por la lectura de Isaías (35, 4-7ª) –“los oídos del sordo se abrirán…, la lengua del mudo cantará”- y nos presenta a Jesús camino del lago de Galilea atravesando la Decápolis en el preciso momento en que le traen un sordomudo para que le imponga las manos: Jesús lo destaca apartándolo un poco de la multitud y se pone manos a la obra: le mete los dedos en los oídos; le toca la lengua con la saliva, considerada con propiedades curativas, y mira a lo alto –como un orante- para dar su orden de gracia: effetá (“ábrete”). Los oídos se abrieron y la lengua se soltó. La admiración de la gente, estupefacta al contemplar la curación instantánea del sordomudo, se hace expresión clamorosa y entusiasta: “Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos”.

Todo lo ha hecho bien. No podía ser de otro modo, porque busca en todo hacer lo que el Padre quiere: buscar su voluntad es procurarse el alimento que le sostiene. Por eso se entretiene con la samaritana, aunque resulte llamativo a los discípulos y sea a la luz del medio día. Lo hace bien, porque en todo busca el bien, aunque pueda desconcertar dentro de los usos y normas de la época.

Todo lo ha hecho bien: “Señor, si quieres puedes limpiarle“, afirma un leproso, confiado y anhelante. “Cómo no voy a querer“ (¿Acaso, no lo va a querer Dios?) “Desde luego que quiero: Queda limpio“. Y la obra de Dios se hace patente en la limpieza completa del hasta ahora leproso. La fe fiducial revelada en el leproso sintoniza con la confianza eficiente de Jesús en el Padre.

Todo lo ha hecho bien: Sus acciones e intenciones surgen rectas y puras Proceden de un corazón limpio, habitado por Dios. Las tradiciones no son obstáculo alguno, proceden del exterior y él pone su corazón en todo cuanto hace. Y el sábado no está sobre el hombre, al menos, sobre este Hijo del hombre que hace el bien siempre sin impedírselo el amor a los necesitados.

Todo lo ha hecho bien: Sin acepción de personas, que son excluyentes como nos lo ha dicho la sapiencial carta de Santiago y no condicen con nuestra fe. Pero sí con preferencias por lo perdido que organizan jaleo y fiesta por el encuentro: sea la dracma encontrada tras tanto barrer, sea la oveja en los hombros tras tanta fatiga y búsqueda, sea el hijo despilfarrador recuperado por el hambre y que había ido tan lejos y había caído tan bajo. Si Jesús late para el gozo de la recuperación y el encuentro porque el corazón del Padre ha lo mismo. Las críticas quedan así descalificadas.

Todo lo ha hecho bien: Muchas obras y buenas hice, por cuál de ellas me vais a apedrear. No es por ninguna obra buena, sino porque te consideras Hijo de Dios. No fue apedreado, pero sí crucificado. ¿Lo abandonó el Padre? Murió por blasfemo (ante los judíos); por político (ante Roma). El Padre acogió su espíritu y su vida y nos la retornado gloriosa para seguir haciendo el bien también hoy, en nuestras vidas. Nuestros oídos le prestan la atención de nuestra fe y nuestra lengua el himno del agradecimiento sin fin. Feliz Tú, Señor Jesús, que pasas haciendo el bien.

Imagen: https://www.monasteriodesobrado.org/wp-content/uploads/2018/07/demo-img.jpg

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