Esta semana hemos celebrado la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz y la memoria litúrgica de Nuestra Señora de los Dolores, celebraciones que están íntimamente conectadas entre sí. Compartimos hoy un texto de Thomas Keating, monje cisterciense del Monasterio de Snowmass (USA), que nos presenta el misterio de la Cruz desde la mirada de María.
Estando cerca de la cruz de Jesús donde su Madre y la hermana de su Madre, María la esposa de Cleofás y María de Magdala. Cuando Jesús vio a su Madre y al discípulo que Él amaba, le dijo a su Madre; “Mujer, he ahí a tu hijo”; entonces le dijo a su discípulo,” He ahí a tu madre”. Desde entonces, el discípulo la llevó a su casa. (Juan 19,25-27).
Los incidentes en el Evangelio de Juan tienen un significado más allá de los eventos que son descritos literalmente. Es así que las palabras que Jesús pronunció en la cruz tienen un significado más allá de su obvia preocupación sobre quién cuidaría a su madre después de su muerte.
La tradición cristiana ha desarrollado la idea de la Madre de Jesús como ‘la nueva Eva’, su acompañante en el monumental trabajo de la redención y de la apertura de la conciencia humana al desarrollo ilimitado. María tiene una cercana relación con nuestro propio crecimiento interno hacia el pleno conocimiento de la Realidad Suprema. Ella es la madre de la nueva humanidad, la nueva creación a la cual el Evangelio nos invita a unirnos y dentro de la cual el sacrificio de Jesús nos inicia.
María tiene un especial significado para los contemplativos, quienes están deliberadamente buscando entrar dentro de esta toma de conciencia. El Espíritu de Dios nos penetra de alguna manera como el alma humana penetra cada célula en el cuerpo. En virtud del bautismo y el regalo de la fe, el programa del cuerpo de Cristo es codificado dentro de cada uno de nosotros. Nuestras facultades intuitivas están liberadas de las limitaciones de los sentidos y la razón, no por rechazarlos, sino yendo más allá de ellos y abriéndose a un nivel intuitivo de conciencia. Las etapas de la oración contemplativa son niveles de asimilación de la naciente vida de Cristo. Nosotros ponemos nuestra vida humana, singularidad y talentos dentro del proyecto trascendente de la manifestación de Dios y la transformación del mundo presente dentro de la nueva creación. La íntima relación de María con Cristo, su disposición a la auto-renuncia, su receptividad alerta, y su presteza en responder a los deseos del Espíritu, son las grandes virtudes contemplativas.
Estando al lado de la cruz, Ella participó de la inauguración de la ‘nueva creación’. Los apóstoles fueron anulados en enfrentar la crucifixión de Cristo. Sólo Juan permaneció, aunque si bien, a una buena distancia; todos los demás, dejaron la escena y se evadieron. Los humanos puntales de su fe desaparecieron cuando Jesús no fue vitoreado más por las multitudes. Cuando fue rechazado por los sacerdotes y autoridades civiles, los apóstoles quedaron devastados. Su fe era dependiente de apoyos humanos. Cuando estos se fueron, ellos se fueron.
María, sin embargo, permaneció al lado de la cruz. Su fe no se extinguió. Los apóstoles vieron a Jesús como el Mesías, pero no fueron claros acerca de su divinidad. María fue tan clara como el cristal respecto a esto último. Si ellos presenciaron la destrucción de Cristo como el fin de todo, ¿qué debió de haber sentido Ella cuando consideraba a Jesús no solamente el Mesías sino Dios mismo? La Palabra Eterna es la persona a quien Ella conoció como su Hijo. Para Ella, Dios estaba muriendo, por así decirlo. La muerte de Dios nunca fue tan conmovedora para la experiencia humana como para Ella. Esta es la espada que atravesó su corazón. Ella estaba afligida no tan sólo por su Hijo y por el Mesías; Ella estaba afligida por Dios. Sólo Ella percibió la profundidad del misterio de la cruz, de Dios lanzándose hacia fuera, por así decir, para la salvación de la insensible e ingrata gente.
María es el paradigma de aquellos que están manifestando a Cristo en sus vidas personales. Su compasión estaba enraizada en la clase de amor que Dios tiene por nosotros—un amor que es tierno, firme, y completamente abnegado. La conciencia de Dios es el fruto de la pasión de Cristo, su muerte, resurrección y ascensión. En la ascensión, Jesús entra con su humanidad en el corazón de toda la creación donde Él mora por dondequiera y en todo; visible solamente por los rayos-X de la fe que penetra a través de cada máscara incluyendo las más grandes de las penas. Dios está reinando a pesar de las apariencias de lo contrario. El Cristo celestial está siempre presente, preparando el camino para el triunfo final de Dios en el cual, como dice Pablo, “Dios será todo en todo”. Esta es la fe que María tenía cuando miró lo que quedó de la carne de su Hijo y aún lo vio reinando desde la cruz—el triunfo de Dios oculto en el más grande sufrimiento. Esto la convierte en nuestra compañía y apoyo en cada prueba concebible.
Imagen: Pietà, de Vincent van Gogh