Oh Rey de las naciones,
y Deseado de los pueblos,
piedra angular de la Iglesia,
que haces de los pueblos uno solo.
Ven y salva al hombre
que formaste del barro de la tierra.
Oh Rey,
Deseado de los pueblos…
ven a salvar al hombre formado del barro de la tierra…
Porque un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado. La soberanía reposa sobre sus hombros y se le da por nombre: «Consejero maravilloso, Dios fuerte, Padre para siempre, Príncipe de la paz». Su soberanía será grande, y habrá una paz sin fin para el trono de David y para su reino; él lo establecerá y lo sostendrá por el derecho y la justicia, desde ahora y para siempre. (Is 9,5-6)
Viene el «nuevo» Rey, la piedra angular del nuevo pueblo de Dios – Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad (Jn 18,37) – Aquel que nos propone como verdad que nos salva la voluntad del Padre.
«En un sermón sobre un capítulo de la Sagrada Escritura, el predicador habló de un hombre que, desde hacía ocho años, deseaba que Dios le mostrara a alguien que le enseñara el camino de la verdad. Y como tenía tan gran deseo, le llegó la voz de Dios que le decía: Dirígete a la Iglesia; allí encontrarás a un hombre que te va a enseñar el camino de la verdad.
Fue enseguida y se encontró a un hombre pobre, con los pies destrozados y embarrados, cuyos vestidos apenas valían unas monedillas. Le saludó y le dijo:
-¡Que Dios te dé un buen día!
El hombre respondió:
-Yo nunca he tenido un mal día…
Él le dijo entonces:
-¡Que Dios te dé fortuna!
Y le respondió:
-Jamás he tenido infortunio…
Pero él insistió:
-Que seas bienaventurado.
-Nunca he sido desventurado…
Él siguió diciéndole:
-¡Que Dios te dé salud! Y explícame tus respuestas, pues no puedo comprenderlo.
Y el pobre le dijo:
-Voy a hacerlo: Tú me dices que Dios me dé un buen día; y yo te digo que nunca me ha dado un mal día. Si tengo hambre, alabo a Dios; si tengo frío, alabo a Dios; si estoy en la miseria y en el oprobio, alabo a Dios: es por lo que nunca he tenido un mal día…
Cuando has dicho que Dios me dé fortuna, te he contestado que nunca la he tenido mala, pues lo que Dios me ha dado o dispuesto para mí, sea agradable o penoso, amargo o dulce, lo he recibido de Dios como lo mejor: por eso no he sido nunca infeliz…
Me has dicho que Dios me haga bienaventurado y te he respondido que nunca he sido desventurado, porque he puesto mi voluntad en la voluntad de Dios de modo absoluto: lo que Dios quiera también lo quiero yo, y por eso nunca he sido desventurado, pues sólo he querido la voluntad de Dios…
-¡Ah, buen hombre!… Y si Dios te quisiera arrojar al infierno, ¿qué podrías decir a eso?
Entonces le dijo:
-¿Echarme al infierno? ¡Se lo rechazo!… Pero, aun así, si quisiera echarme al infierno, tengo dos brazos para presionarle. Un brazo es la verdadera humildad, que le pondría por debajo, y le rodearía con el brazo del amor…
Prefiero estar en el infierno y tener a Dios que en el reino de los cielos y no tener a Dios.» (Maestro Eckhart)
Gracias por sus reflexiones.
Feliz Navidad
Hna. Rosalía
Grazas
Gracias