Los cristianos tenemos un tesoro: la comunión con el Señor Jesús, pero no con cualquier Jesús, sino el que vive encarnado en la humanidad que sufre la injusticia y el maltrato de este mundo injusto, es el que nos lleva a compartir nuestra vida con los hermanos y hermanas que son para nosotros sacramento de su presencia.
El camino de iniciación hacia la persona de Jesús tiene múltiples etapas en la vida de cada creyente, pero para todos la meta es la misma: que nazca en nosotros el Cristo interior -en feliz expresión de Javier Melloni-. Él viene a nosotros en la medida en que nosotros vamos a Él. Nuestro venir a Él pasa por vivir como él vivió: cercano de la gente, acogedor, comprensivo con las debilidades humanas, sanador de dolencias físicas, psíquicas, morales y espirituales, defensor de los derechos y libertades del pueblo. Denunciador de las injusticias de los grandes y de su doble moral.
Tenemos el gran reto de hacer que Él se siga encarnando en nosotros. La encarnación de Cristo en nosotros se va haciendo progresivamente en la medida en que nos vamos abriendo al reto de salir a su encuentro en los acontecimientos de la historia presente y en las múltiples llamadas a la comunión en los padecimientos de tanta gente inocente. Y, no sólo eso, sino saber vivir en agradecimiento por todo lo que la vida nos da. Él amaba la vida, disfrutaba con sus amigos, comía y bebía dando gracias; pero también tenía su corazón con los desheredados de la historia. Si hacemos esto, se irá gestando en nosotros el Cristo interior y seremos testimonio de su presencia porque estamos siendo engendrados como prolongación suya en medio del mundo.
El camino a recorrer para llegar a descubrir la riqueza interior que llevamos dentro de nosotros no es fácil, por eso estos consejos de Jesús de Nazaret pronunciados hace siglos atraviesan la historia y siguen teniendo hoy, mañana y siempre, un reto para dar ese salto en el vacío que tanto miedo y tanto nos cuesta dar.
Cuando Jesús nos dice: Ojo con los cuartos y con la acumulación de riquezas, lo tenemos que entender en su significado más profundo. El dinero es moneda de cambio y no es un problema. Jesús nos habla de la esclavitud que genera en nosotros el afán por el dinero. Cuando le entregamos el corazón, una vez que damos ese paso, nuestro corazón de carne se vuelve de piedra y la tinieblas lo envuelven con un velo negro, es la ceguera interior, la peor de todas.
¡Vigilad! Más que un consejo es un mandato, porque hay na realidad envolvente que si no tenemos un corazón atento, una mirada interior capaz de descorrer el velo de la mentira, la ceguera interior y la esclavitud son terribles. Lo peor de todo es que hay un sistema programado para hacernos creer que somos libres, pero la cruda realidad es que es un sistema generador de esclavitudes.
Los hombres y las mujeres de hoy en día nos creemos inteligentes y lúcidos, pero hay dioses poderosos que nos dominan. Llamadlos multinacionales, llamadlo economía de mercado, llamadlo planificación de guerras para consumo armamentístico, llamadlo integrismo religioso de todos los credos. Son, lo que muchas veces he llamado: “la trinidad siniestra”. En su mente perversa lo tiene todo planificado para adormecernos y mantenernos en estado de drogadicción. Es creadora de mentes infantiles e insatisfechas, sedientas siempre de nuevas experiencias, haciendo que caigamos en un vacío que siempre hay que llenar porque nunca está satisfecho. Su senda es la senda de la frustración. Lo importante para ellos es que nuestra vida se convierta en una monstruosidad ruidosa en donde no queda lugar para el silencio, la reflexión, el pensamiento crítico, y, ¡ay del que se atreva a cuestionarlos!. Es muy fácil adormecernos, sumergirnos, dejarnos arrastrar por ese río de aguas pútridas, hacer lo que hacen la mayoría, apuntarnos a lo que se lleva, a lo que está de moda. Andar buscando nuestra seguridad, defender nuestro pequeño bienestar, mientras la vida se va apagando en nosotros. Ese es el gran trabajo de esta mala gente: crear masas de muñecos que los mueven a su antojo.
Cuando Jesús nos habla de la vigilancia, no nos habla de largas vigilias de oración, es de algo mucho más profundo: es de la iluminación de la fe, el vaciamiento del corazón. Es saber mirar el mundo con los ojos de Dios, es la desmesura del amor que nos hace transgresores de una vida planificada por otros, es comprender que el silencio y la palabra, es encuentro con nuestra pequeñez en la que cabe toda la grandeza del amor y de la ternura de Dios. La vigilancia nos abre el camino de la luz, hace que las tinieblas que envuelven el corazón se tornen luminosas y nos capaciten para ver a los demás, no como rivales, sino como compañeros de camino hacia la casa del Padre.
“La llamada de Jesús a la vigilancia nos llama a despertar de la indiferencia, la pasividad o el descuido con que vivimos la fe” (Pagola). Pero también nos tiene que llevar a sacudirnos la modorra de creer que los problemas y las injusticias que sufren nuestros hermanos no están en nuestras manos de resolverlos, eso nos convertiría en malos administradores. No. La vigilancia a la que Jesús nos llama es integral, porque la fe no puede vivir divorciada de los problemas del mundo. Somos y debemos ser los vigilantes santos, los ojos de Dios, los que se enfrentan desde la fe a “la trinidad siniestra” que quiere usurpar su presencia liberadora en el corazón del mundo. Somos hijos de la luz, como nos recuerda San Pablo y el fruto de la luz consiste en bondad, justicia y verdad, y una más que añado yo: libertad.
Los cristianos poseemos un tesoro: la comunión con el Señor Jesús. Y, la Santa Palabra, leída con el corazón, es la que nos introduce en su vida. “La sacralidad del texto tiene su culminación cuando transforma al que lo lee” (Javier Melloni). Y nos abre el camino para adentrarnos en la gran aventura de descubrir con gozo de que somos receptáculo, desde nuestra pequeñez, de toda la gracia y santidad de Dios manifestada en Cristo Jesús. Concebimos a Dios y damos a luz a Dios cuando nos abrimos al encuentro de su Hijo que vive en el corazón de toda persona humana, en el corazón del mundo.
Se nos pide despertar de un largo letargo, romper las cadenas de la esclavitud, salir de las tinieblas y de los malos sueños. Cono nos dice San Pablo: Despierta tú que duermes, y levántate de entre los muertos, y te iluminará Cristo.
Dejarse mirar por Dios….dejar que siempre nazca Jesús en nuestro corazón…Amar a Dios eterno… Todo pasa por olvidarnos de nosotros mismos. Nada vale pedir a Dios lla resolución de las cosas que nos preocupan si no estamos atentos a las cosas que preocupan a Dios…que hacen sangrar Su Gran Corazón . Estar pendientes de l acontecer de los problemas de la humanidad, pasa por involucrarse en las cuestiones más cercanas, en las vicisitudes del prójimo más próximo. No podemos olvidar los valores y actitudes cristianas ante una sociedad desalmada, fría, absorbente, alineanante y que subyuga el espíritu de libertad del hombre. Hay que volver, continuar, en el mensaje evangélico donde se nos dice que Dios es Amor y que si nos falta la caridad con todos nada somos.