Estamos en el Domingo XXIV del T.O. del ciclo C y tenemos la gozada de tener ante nosotros el capítulo 15 de Lc, con sus 32 versículos.
El inicio del capítulo nos indica el trasfondo de polémica que da pie a las tres parábolas: Hay un murmullo y una crítica: Jesús acoge a los pecadores y come con ellos. Para acallar tales rumores, Jesús no se arredra; por el contrario, se reafirma en su actitud. Argumento supremo, el Padre es así: todo él misericordia (todo corazón donde hay necesidad, desgracia o miseria). Encarnando ese amor del Padre, Jesús sale al paso de los pecadores, de los enfermos, trasmitiéndoles una palabra de aliento, de vida y salud; en definitiva, de salvación.
Por eso pone tres parábolas donde está en primerísimo plano el gozo y la alegría del hallazgo: hallazgo de una moneda, de una oveja, de un pródigo (objeto, animal, persona). Goza la mujer con la moneda en sus manos, goza el pastor con la oveja en sus hombros, goza el padre en el mirador, al retorno de su hijo menor. Al gozo por el hallazgo ha precedido un amor desplegado en toda la búsqueda. Es la misericordia: ¨miseri-cors¨, el amor manifiesto al encuentro de quien lo precisa. Amor inagotable, búsqueda incesante e incansable.
Una moneda: la décima parte de las que tiene la mujer de la parábola. Moneda pequeña pero que le merece mucho aprecio. De ahí que esté, barre que te barre sin parar, y todo a la luz del candil. Se trata de una búsqueda nocturna, diligente, expresión de un amor esperanzado y tenaz. La alegría por el hallazgo es correlativa a la preocupación diligente en la búsqueda. Y la airea Que se enteren todas la vecinas y amigas: ¨ ¡Felicitadme! ¡He hallado la dracma perdida! Cuánto amor, cuánta alegría.
Una oveja: Un uno por ciento de su propiedad. Se ha perdido una, y toda la atención se centra en ella sola: allí quedan las otras noventa y nueve en lugar seguro, no vaya a suceder que se pierda alguna otra. Es un tema muy sentido en la tradición bíblica, el rey pastor que sale a pelear para rescatar una oveja (1 Sam 17, 34-36), evoca la exposición de Ez 34, 11-16. La trae a hombros: tiene con ella una relación personal, no sólo económica. (cf. 2Sam 12, 1-4). De ahí su gozo comunicativo e incontenible. Se va a casa y reúne a amigos y conocidos. En la casa del cielo, los ángeles de Dios expresan más alborozo por el encuentro de la perdida que por la tranquilidad que proporcionan las que están a buen seguro. Pero, por favor, que no se pierdan más que acaban con el Padre: No, he dicho mal, Dios no se cansa como dice rotundamente el Papa Francisco.
Son dos alegrías heterogéneas: Una serena, la de la vivencia profunda en la normalidad. Otra, circunstancial, de revelación jubilosa y festiva. ¡Felicitadme, alegraos conmigo!
Una persona: La mitad. El hijo menor, el que se fue con la herencia que le correspondía (un tercio de los bienes muebles). En un libertinaje que le lleva pronto a la miseria, este hijo está sin casa, sin padre, peor que el último de los jornaleros del padre: humillado cuidando puercos que están mejor atendidos que él.
Para recapacitar es preciso la necesidad sentida: Y es así como es capaz de reaccionar positivamente: se levanta y retorna a casa, la casa del padre. El padre está lejos en la distancia, pero muy cerca cordialmente buscándolo en el horizonte, puede ser que no haya muerto que reviva; está perdido, que se dé el hallazgo. Y se da.: porque al hijo lo ha traído el hambre, como se lo llevó la autosuficiencia juvenil. Ha venido sin dignidad filial, pero es revestido con el gozo de la fiesta, con el banquete celebrativo, con la música danzante. Y lo ha hecho al instante: se trataba de convencer al hijo frustrado y desengañado. Se ha hecho sin esperar la llegada del mayor a quien todo lo del padre le pertenecía. Había que hacer fiesta…
¿Qué decirle al mayor? ¨Debemos alegrarnos¨ Entonces la misericordia no está cuestionada. Oigamos al corazón del Padre, de Jesús: que entonces somos misericordiosos a su estilo con la alegría imperiosa, la del amor misericordioso.