NO PODÉIS SERVIR A DIOS Y AL DINERO

Banksy

La mirada de Jesús de Nazaret sobre los acontecimientos, sobre las personas y sus actitudes externas e internas, son como los escáneres que nos muestran lo interior, lo que realmente hay en las entrañas del ser humano: su bondad, su justicia y su solidaridad; también su egoísmo y perversidad más profundas.

Las lecturas de este domingo, sobre todo el evangelio (Lc 16,1-13), nos pueden dejar un poco perplejos, como si hoy felicitásemos a todo los que hicieron de la corrupción un modo de vida y enriquecimiento, pero la intención de Jesús tiene una finalidad pedagógica para su comunidad. Cuando finaliza la parábola, podemos intuir que mira a sus discípulos y les dice: “los hijos de las tinieblas son más astutos con su gente que los hijos de las luz”. Y se lo dice porque ve que sus discípulos, hijos de la luz, son poco astutos, incapaces de estrategias eficaces en la vida. Hay ternura mezclada con tristeza en la mirada de Jesús.

La invitación de Jesús a sus discípulos es hacer amigos con la misma determinación que tienen los “hijos de este mundo”, pero haciendo un uso distinto de la riqueza. Sabemos de sobra que el dinero no es ni bueno ni malo, solo es moneda de cambio, imprescindible para movernos por la vida. El problema nos viene cuando le entregamos el corazón, de ahí surge la codicia.  El discípulo, según la enseñanza de Jesús, tiene que ser un hombre libre de ataduras. Si uno vive subyugado por el dinero pierde su libertad interior y en donde tenía que haber una mirada de misericordia hacia los más desfavorecidos, hay una mirada de temor, cuando no de pánico hacia aquellos que perturban su seguridad económica. No tenemos más que mirar a los países ricos en su actitud con los migrantes y refugiados que llaman a sus puertas. Lo que nos viene a decir Jesús es que, de la misma manera que el administrador injusto supo granjearse un retiro haciendo de los deudores de su amo deudores suyos, del mismo modo nos está diciendo a nosotros que empleemos nuestra riqueza compartiéndola con los desheredados, ganando su amistad para que al final de la vida, cuando ya el dinero no  nos sirva para nada, ellos nos acojan en la casa del Padre.

La lógica de Jesús es que no hay riqueza justa. Toda riqueza es fruto del empobrecimiento y explotación de las personas. Eso ocurría en su tiempo y ocurre en el nuestro. Su insistencia a la comunidad de discípulos de que estén libres de ataduras y de pesos, de que anden ligeros de equipaje: “No  toméis nada para el camino, ni bastón, ni alforja, ni pan ni plata, ni tengáis dos túnicas cada uno”, es porque sabía que, quien se ata a las cosas y al dinero, termina alejándose de Dios.

El poder de  deshumanización que tiene el dinero es algo que vemos en todas la épocas de la historia de la humanidad y, en nuestros días, vemos como ese ídolo dorado, sin entrañas de misericordia, devora sin compasión las ilusiones de hombres y mujeres que sólo aspiran a vivir con dignidad su vida, y se les niega el pan y la sal de una vida con un trabajo digno que les dé la posibilidad de crecer y abrirse a un futuro de posibilidades y de acceso a una formación que les ayude a vivir como hombres y mujeres libres. Vemos como este ídolo siniestro devora los recursos de la tierra y del mar sin pensar en las consecuencias del empobrecimiento de la tierra y del envenenamiento de las aguas. Y vemos, como se levanta con toda su potencia agresora y destructiva contra quienes pretendes denunciar su despiadado egoísmo.

“Los hijos de las tinieblas son más astutos con su gente que los hijos de la luz”. Es un reto que Jesús le lanza a sus discípulos a lo largo de la historia y, viene bien recordar aquel aviso que nos dejó: “¡Mirad que yo os envío como ovejas en medio de lobos! Sed, pues, prudentes como las serpientes, y sencillos como la palomas”. En nuestro mundo todo está mezclado y el discípulo tiene que saber distinguir bien el grano de la paja, porque siempre corremos el riesgo de comer la paja y pisotear el grano. Por eso tenemos que comenzar a hacer un discernimiento en las comunidades cristianas sobre nuestra relación con las riquezas. El que toma en serio el seguimiento de Jesús sabe que no puede organizar su vida desde el proyecto egoísta de poseer más y más para poder ser “generoso” con los pobres, cayendo en la hipocresía de Ananías y Safira. Desgraciadamente hay mucho de eso en las iglesias cristianas.

“No podéis servir a Dios y al dinero”. Es fácil engañarnos, es fácil tener el corazón dividido, es fácil creer que  nos servimos del dinero para buenos fines, que somos su dueño, pero con mucha facilidad somos nosotros sus servidores y el nuestro dueño.

“La felicidad – dice J. A. Pagola – no es algo que se alcanza poseyendo cosas, sino algo que comenzamos a intuir y experimentar cuando nuestro corazón se va liberando de tantas ataduras y esclavitudes”. Liberarnos interiormente de la esclavitud del dinero nos abre a mirar el mundo con otros ojos, nos hace sentir la gratuidad de la belleza de la vida. Hacer el bien no cuesta dinero: sonreír, abrazar, compartir el pan y la ropa, sanar las heridas externas y del corazón, enjugar las lágrimas, desbordar en ternura, etc. Todo eso es una riqueza que, cuanto más se ofrece en gratuidad, más enriquece al que la recibe, y más enriquece al que la da. Es así como se abren las puertas de las moradas eternas.

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