La parábola de hoy no pretende reflexionar sobre el infierno, ni sobre la credibilidad o no de las apariciones, ni siquiera hablar sobre nuestro destino final. No trata de solucionar los problemas remitiéndolos al más allá. Nos alerta de que no nos dejemos deshumanizar por ningún tipo de riquezas y que seamos personas sensibles y solidarias con quien lo necesite. De lázaro no se dice que fuera bueno, ni del rico que fuera perverso. La única acusación que se hace es que no quiso compartir sus bienes. Bienes que impiden toda actitud solidaria y fraterna, que deshumanizan e incapacitan para ver y sentir las necesidades de los demás.
Jesús no niega a nadie un lugar en su mesa, ni se niega a ser comensal de nadie. Nuestra tierra debería ser una única gran mesa para todos, llena de frutos humildes y sabrosos, fruto de nuestro trabajo y regalo de Dios. Si compartiéramos lo que tenemos, habría suficiente para todos. Por malos, feos o llenos de defectos que nos veamos, nunca deberíamos dudar de esto: Jesús nos acoge con gusto a su mesa y es un gusto para él que le acojamos en la nuestra.
En la segunda parte de la parábola, ante lo que pretende la petición del rico -que Abrahán envíe a Lázaro a visitar a sus hermanos-, Jesús insiste en que el cambio de mentalidad no depende de eventuales milagros, sino de una escucha atenta de la ley y de los profetas, que es ya, en sí misma, una gracia. Y recordemos lo que dice la Escritura: la palabra está cerca de ti; en tu boca y en tu corazón. Y esa Palabra que está en mi corazón, es el mismo Jesús, el Cristo, un hombre compasivo, que muestra a un Dios que es Misericordia. Hasta tal punto esto es algo que identifica a Jesús, que los evangelios han reservado una palabra para aplicarla exclusivamente a él y que habría que traducir literalmente como “conmoverse en las entrañas”.
Si la compasión constituye el nervio del evangelio, no tiene que resultar extraño que sus denuncias más duras vayan dirigidas contra la despreocupación y la indiferencia. En la parábola del juicio final, la sentencia no es por la agresión que hizo daño a otros, sino por la despreocupación y la indiferencia que lleva a desentenderse del necesitado. Mientras que el bien se enjuicia por lo que cada uno hizo, el mal se valora en función de lo que cada cual dejó de hacer: Tuve hambre y no me disteis de comer… Ocurre lo mismo en la parábola del buen samaritano; y esa misma denuncia vuelve a aparecer hoy. Por eso, la parábola habla de un abismo inmenso que se abre entre Lázaro y el rico, y aunque Lucas lo refleje en el más allá de la muerte, este abismo ha sido creado exclusivamente por la indiferencia del rico. No había hecho daño; sencillamente, no había visto al necesitado. Ese “no ver” -la indiferencia- es el que crea un abismo insalvable en nuestras relaciones personales, en nuestros países y en nuestro mundo.
Y no olvidemos, como en otros casos, que la parábola destila ironía. Para empezar, el rico aparece innominado -no tener nombre en aquella cultura era prácticamente sinónimo de no existir; a veces, se le designa como “Epulón”, pero ése es un adjetivo, popularizado por la predicación, que arranca de la costumbre romana de los “épulos” o banquetes; “epulón” era el encargado de dirigirlos-. El pobre, por el contrario, se llama Lázaro o Eleazar, que significa Dios ayuda. A su muerte, el mendigo es llevado por los ángeles al seno de Abraham; el rico, por el contrario, se murió y lo enterraron. Es decir, la indiferencia no pervive.
Lo que la imagen del abismo viene a revelar es aquello de lo que ya nos advertía Martin Luther King: “Cuando reflexionemos sobre nuestro siglo XX, no nos parecerán lo más grave las fechorías de los malvados, sino el escandaloso silencio de las buenas personas”.
¿Por qué caemos tan fácilmente en la indiferencia? La indiferencia ante los otros y ante el mundo esconde una mayor o menor insensibilidad. Cuando la sensibilidad está bloqueada o endurecida recluye a la persona en un caparazón egocéntrico y la instala en una actitud indiferente que es la opuesta a la compasión, y que está en el origen de las injusticias que vemos a diario en nuestro mundo. La vivencia de la compasión requiere una sensibilidad limpia y una afectividad liberada. Por eso, para hacer honor a la verdad, tenemos que reconocer que esta sensibilidad y afectividad no la vive quien quiere, sino quien puede.
Para vivir la compasión, necesitamos, antes que nada, poder conmovernos. Cuando no nos conmovemos ante los otros, es síntoma de que tenemos una sensibilidad rígida que hace imposible la compasión. Necesitamos que la gracia nos impulse a restablecer el contacto con nuestro cuerpo y con nuestros sentimientos, porque sólo si despierta nuestra capacidad de sentir, podremos después sentir-con-los-otros, conmovernos. Y al mismo tiempo -también por pura gracia- necesitamos conectar con nuestra capacidad de amor hacia nosotros mismos y hacia los demás. Dicen que Francisco de Asís cuando salió de su noche oscura dijo: al final tuve compasión de mí. Sólo quien es capaz de sentir compasión de sí mismo, puede sentir fácilmente compasión hacia los demás. Líbranos Señor de la indiferencia. Mantennos siempre en tu Presencia, en tu Amor Incondicional, con un corazón compasivo y misericordioso; esta es la felicidad humana y la felicidad divina.
Buenas noches, Creen en Satanas? Esta homilia parece que hace pensar que el mal, no existe!, me gustaria recibir una respuesta.
Un saludo
Buenas noches, Alejandro.
Creemos en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, fuente de gracia y de amor.
A nossa gratidão… Viveremos sempre em «estado» de compaixão por nós próprios, para que nos seja possível não contemporizar com o «escandaloso silêncio», permitindo que se nos comovam as entranhas.
Bem-hajam por estas reflexões dominicais, alimento para a semana.
Esta homilia aparte de exponer con especificidad el significado de los personajes y sucesos, bastante esclarecedores, tiene una parte muy interpelante acerca de la sicología humana y como ésta si no está saneada puede condicionarnos, primero como personas con los otros, después en la venda que esto supone para no ver-captar la esencia del Evangelio. Con todo tengo que. Volver a leerla. Gracias. Bea
Alejandro. Que fea es la palabra satanás. Yo jamás la digo.
Yo también creo en Dios Padre,Hijo y Espíritu Santo.Dios se acuerda de los pobres!
Es una imagen de nuestro mundo!tal cual es. Pero Dios no es indiferente a tal situación y hará prevalecer la justicia.
Escuchemos a Jesús y transformemos la situación;y de creer en su promesa de que Dios se acuerda de los pobtes