Durante el Adviento hemos sido conducidos al desierto de la mano de Juan el Bautista. La práctica ascética a la que se nos ha invitado, no consiste en hacer pruebas de fortaleza sino en conocer los propios límites para fiarse del que es Infinito. Por decirlo de alguna manera, es como si a veces no le quedara a Dios otro remedio que llevar al hombre al conocimiento de su debilidad. Dice Isaac de Nínive que cuando a Dios ya no le queda otro remedio se permite llevar al hombre al conocimiento profundo de su debilidad y flaqueza. Es el último remedio, y a veces se sirve Dios de él porque su fuerza se manifiesta mejor en la debilidad.
Cuando compruebo con insistencia que lo que quiero no lo hago y hago lo que aborrezco (Rom. 7, 26), se desvanecen todas las vanas ilusiones que me había formado sobre mí y sobre mi camino espiritual. Compruebo que toda mi ascética no ha servido de nada para evitar el protagonismo de mi hombre viejo y llego a la conclusión de que no puedo darme a mí mismo garantías de no seguir repitiendo los viejos patrones. Seguiré cayendo si Dios no me sostiene. Puedo ensayar todos los métodos posibles, pero sin la ayuda de Dios seguiré siendo y sintiéndome siempre presa de la fatalidad de mi destino. Si soy capaz de llegar a esta sincera conclusión, ya no me queda otro remedio que el de entregarme a Dios. Esta rendición hace caer por tierra todos los muros de separación que yo había levantado entre mí y Dios. Me quedaré con las manos vacías pero es mejor así porque me ayudará a capitular ante Dios. La culpa será entonces una “feliz culpa” que me convencerá de mi propia nada. No puedo darme garantías fiables. La fragilidad me remite con fuerza a Dios, único capaz de cambiarme.
Todo depende de la manera de interpretar mis experiencias y de reaccionar ante ellas. Porque puedo interpretar mi experiencia de reincidir en los viejos patrones como una traición, y reaccionar con violentos autorreproches. Esta reacción me llevaría fácilmente a una situación de depresión interior y de resignación. Puedo reaccionar restándole importancia y entonces mi vida espiritual quedará adocenada. Puedo también desplazar mi debilidad, ciego para reconocerlo, y entonces me convierto en fariseo. La espiritualidad verdadera me invita a intentar descubrir en mi desemejanza, en mi rostro desfigurado, la oportunidad de abrirme totalmente a Dios.
Debemos luchar sin descanso para ser trasformados por Dios y, a pesar de todo, nos volveremos a ver sorprendidos por el hombre viejo. Pero si nos reconciliamos con esta situación, si confesamos nuestra insuficiencia en la lucha por la propia transformación, en esa confesión encontraremos la gran oportunidad de entregarnos a Dios. Por el fracaso de nuestras buenas intenciones hace Dios que caiga toda máscara de nuestro rostro y se derrumben los muros de esquematismos artificiales que habíamos levantado. Entonces podemos presentarnos sin máscaras y pobres ante Dios para que su bondad nos dé forma y nos guíe. La experiencia de la salvación es la rendición, la entrega de la vulnerabilidad al Amor Incondicional de Dios. De ahí, la ambivalencia de la vulnerabilidad: Donde abundó el pecado, sobreabundó la Gracia.
El Espíritu sólo puede trasformamos cuando le dejamos abrir brechas y penetrar por ellas. Antes tiene que derribar murallas, fortalezas y castillos. La gracia no es una especie de cobertor que se extiende y lo tapa todo. Dice André Louf que la gracia llega más al fondo que nuestro propio subconsciente, es lo más profundo en nuestro castillo interior y necesita desarrollarse a través de la psique y del cuerpo. Normalmente turbará toda la psique, la desarticulará y la ensamblará de nuevo, la herirá y la curará, la llevará por rectas y por curvas. La decisiva prueba espiritual lleva al borde de la desesperación, al límite de las posibilidades de perder el control mental de sí mismo. A tal extremo puede llegar si la gracia no nos saca de los abismos de nuestra debilidad. Nada hay de extraño. Cuando caen los muros de una falsa humildad y de una falsa perfección todo comienza a ser otra vez posible. Cuando se nos vienen abajo todos los ideales en los que habíamos puesto la ilusión y la confianza, no queda otra solución posible que la de entregarse totalmente a Dios.
El amor únicamente es transformador cuando es recibido en estado de vulnerabilidad. Recibir amor mientras uno está tratando de ganarlo, no hará sino reforzar los esfuerzos por ser amable. Lejos de ser transformador, esto sólo incrementará los esfuerzos por ganar amor. Y el amor que reciba, únicamente será experimentado como fruto de esos esfuerzos. Todo cuanto hay dentro de mí quiere mostrar mi mejor yo ficticio tanto a los demás como a Dios. Se trata de mi yo falso, del yo hechura mía, que nunca puede transformarse, porque jamás está dispuesto a recibir amor en vulnerabilidad. Cuando este yo ficticio recibe amor, simplemente se hace más fuerte, y está aún más profundamente sometido a sus falsos modos de vivir. La verdadera transformación requiere vulnerabilidad. No es el hecho de ser amado incondicionalmente el que cambia la vida, sino la arriesgada experiencia de permitirme ser amado incondicionalmente.
Como dice un autor anónimo: Algún día todo tendrá sentido. Así que, por ahora, ríete ante la confusión, sonríe a través de las lágrimas y síguete recordando que todo pasa por una razón.
¡Dichosa tú María que has creído, lo que te ha dicho el Señor se cumplirá! Muéstranos a Jesús, el fruto bendito de tu vientre.
Quiero utilizar esta oportunidad para agradecer profundamente a los monjes de Sobrado que preparan estos mensajes en forma periódica. Estos mensajes unen, educan y fortalecen a todos los Hispano-parlantes del mundo Cisterciense y más allá de nuestros muros y fronteras. Yo soy Americano Latino, cisterciense laico del monasterio de San Jose, Spencer. Yo espero con ansiedad y alegría lallegada de estos mensajes. Gracias por el empeño en organizarlos y enviarlos. Al finalizar esta época de Adviento, les deseo on Navidad bendecida, llena de paz y misericordia divina.
Feliz Navidad – Mery Christmas – Feliz Año Nuevo – Happy New Year !!!
Edgar Luna
Muchas gracias, Edgar.
Nos alegramos mucho con lo que nos dices.
Feliz Navidad para ti, para tu comunidad de laicos y para los hermanos de Spencer.
El yo verdadero. Que difícil dejar la máscara.
Gracias monjes de Sobrado por sus mensajes.
Desde ya les deseo una Feliz Fiesta de Natividad y un bendecido Año 2019