Si la noche que terminaba hace apenas unas horas nos revelaba el nacimiento del Salvador, esta mañana nos debe permitir profundizar en esa gran noticia, la más extraordinaria jamás oída: el Hijo Unigénito de Dios, nos ha hecho sus hermanos y llama incansablemente a todos los hombres. Un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado. Lleva sobre su hombro la insignia del poder y es llamado mensajero del Dios. (Isaías 9,5) Fíjense que el profeta usa el plural, un plural que saltará a lo largo de los siglos hasta el mismísimo fin del mundo, cuando el Hijo ese Hijo nos conduzca a todos al Padre, a nuestro Padre el Padre de toda la creación.
Ya la preciosa oración colecta, o de entrada, que acabamos de oír nos vuelve a hablar de nuevo de esa dignidad participada con la divinidad de Cristo, ya que él ha querido tomar nuestra humanidad y las dos naturalezas divina y humana se asientan en una persona. Y esa y no otra es la gran noticia que hoy nos gozamos en recordar y por la que damos gloria y alabanza a Dios.
La profecía de Isaías es extraordinaria pues muchos siglos antes había anunciado, ante el nacimiento del hijo del rey, un rey que liberaría al pueblo esclavizado al que sería el Salvador del Mundo. Después de 40 años de exilio el pueblo de Dios deportado a Babilonia, y creyéndose abandonado por Él vuelve entre gritos de júbilo y una alegría incontenible. Su Dios estaba en medio de la fiesta y consolaba al fin a su pueblo. Anticipo de la gloria cuando el Cristo se ponga a la cabeza del inmenso cortejo de todas las naciones que caminan hacia el Padre del cielo.
Hermanos ¿Cuál ha de ser el pensamiento profundo que nos llena de alegría y paz en estos días? Pequeños gestos que revelan la presencia de Dios, al contemplar con amor a los nuestros, a los regalos de la amistad, a la fiesta de la familia, la alegría que se comparte, las felicitaciones que se multiplican, todo eso que ha de traslucir el gran acontecimiento que supone nuestra liberación y es vida que ha de ser nueva ya desde ahora, porque somos como Jesús hombres y dioses, gran dicha.
Guardo recuerdos muy especiales de las Navidades de mi niñez. La misa del Gallo a la que acudíamos todos, el nacimiento que se ponía en el comedor, ante el que cantábamos villancicos; De noche cuando no había nadie, me acercaba y de rodillas contemplaba durante largo rato al niño con sus padres y llenos mis ojos de lágrimas me llenaba de la paz y el silencio que aquellas figuras me comunicaban.
Es preciso hermanos que seamos capaces de recuperar esa ternura simple de nuestra infancia contemplando al Niño. Dios no se encarnó en un guerrero medieval o chino lleno de poderes extraordinarios. No se encarnó en un político exitoso. Tampoco en un rico señor poderoso y egoísta del siglo XXI, ni siquiera en un niño abandonado, abusado o sin padre. Miremos al pesebre y veamos a ese niño, que es Dios, pero rodeado del amor extraordinario de sus padres, del asombro de los sencillos pastores, pero cantado desde el cielo por los ángeles y adorado por unos extranjeros. Se nos invita hoy y todo lo que dure la Navidad, y en realidad durante toda nuestra existencia a contemplar al Dios niño, dependiente, humilde, sencillo pero Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre Eterno, Príncipe de la paz. Se nos invita así mismo a comprender que en la sencillez, la pobreza, la mansedumbre está la verdadera grandeza, la grandeza que vence a los tiranos y los ricos de este mundo. Ese niño es el heredero de todas las cosas y el creador del mundo. Es reflejo resplandeciente de la gloria del Padre, expresión perfecta de su ser, purificador de los pecados de la humanidad y sentado ahora a la derecha del Padre.
Ese niñito dice mucho más sobre Dios que todos los libros y todos los sermones nuestros de los curas. Es el espejo y el rostro donde se muestran a nuestros ojos los rasgos de Dios. Un Dios de ternura y perdón. Dios que se hace pequeño delante de nosotros, pero, sin embargo, todopoderoso por su amor, Dios que engendra a su hijo en cada hombre y a quien quiere decir en lo íntimo de su conciencia: «seré para ti un padre y tú serás para mí un hijo».
«Háblame de tu Dios» decía un no creyente a su amigo cristiano. ¿Qué le hubiéramos podido decir nosotros, de nuestro Dios, de haber sido los preguntados? ¿El deseo de conocer a Dios nos habita? ¿Qué lugar ocupan en nuestra vida, la meditación, la oración gratuita, la reflexión sobre los hechos y gestos de Dios en el Evangelio y en nuestra vida?
Piensen que el mundo que nos rodea, especialmente hoy día no conoce aún al Hijo de Dios. Destrozamos la creación, nos matamos unos a otros, luchamos por el poder y la supremacía, acosamos a los niños, dejamos que mueran en el mar cientos de personas que quieren disfrutar de la vida. Es a través nuestro, de los que seguimos al manso y humilde y por nuestro modo de vida y nuestra palabra que deben descubrirlo. Esa es en realidad la única misión de todo cristiano. Nuestra misión, la de cada uno en el lugar donde Dios le ha llamado.
Ser cristiano es algo más que creer que Dios existe, es sentirlo en lo profundo de nuestro corazón, porque desde antiguo fue reconocido como el Emmanuel, el Dios que está en nosotros, porque el corazón habitado por Jesús es el mismo cielo. Es algo más que creer que está en el cielo y que nos escucha, aunque frecuentemente esto no lo creemos en absoluto.
Sin embargo los profetas que lo anuncian le llaman Emmanuel, Dios con nosotros. Dios en nosotros está en lo más profundo de nuestro ser y nos conoce mejor de lo que nos conocemos a nosotros mismos. No solo nos conoce sino que en su infinita sabiduría y misericordia sabe lo que nos conviene, cosa que harto frecuentemente no coincide con lo que nosotros pensamos nos conviene. _Está además compartiendo nuestro dolor, nuestros problemas, sufrimientos y aspiraciones y proyectos.
Reflexionemos hermanos estos días, que ese Dios que nace hombre habita en lo más profundo de nuestro corazón y que entrando ahí lo encontraremos y encontraremos nuestra felicidad. Digamos con Lope de Vega:
«Yo vengo de ver, Antón, un niño en pobrezas tales, que le di para pañales, las telas del corazón».
La luz de Jesús nace en nuestros corazones.
La Navidad no nos habla de un gran rey. El ángel lo presenta»envuelto en pañales y acostado en un pesebre»
¡¡¡Feliz Navidad!!!
Feliz Navidad hermanos de Sobrado. Gracias por estos artículos tan hermosos que enviáis durante todo el año. Estos mensajes inspiran, edifican, unen y fortalecen a los lectores. Gracias por el tiempo y empeño en prepararlos. Espero conocer a vuestros laicos Cistercienses en la próxima reunión general de laicos acá en Estados Unidos el próximo mes de Junio, 2020.
Que Dios os bendiga hoy y siempre.
Edgar Luna, OCSO
Saint Joseph’s Abbey
Spencer, Massachusetts, USA
Gracias!!!
«(…) Se nos invita así mismo a comprender que en la sencillez, la pobreza, la mansedumbre está la verdadera grandeza, la grandeza que vence a los tiranos y los ricos de este mundo. (…) Ese niñito dice mucho más sobre Dios que todos los libros y todos los sermones nuestros de los curas».