Soy tú

I want everything from you | Rui Chafes | 2006

La vida nueva se encuentra tras una puerta estrecha. Puede franquearla quien está dispuesto a morir a su vida vieja y caduca. Sólo se puede cruzar, ‘adelgazado’ de sí mismo. Si se vertiese vino nuevo en odres viejos, estos reventarían. El vino nuevo necesita de odres nuevos. La vida nueva no es la recompensa para quien ha cumplido bien sus deberes. No es algo que tenemos o que podemos conseguir. Es lo que somos. Para descubrir nuestra verdadera identidad y poder vivir desde ella, necesitamos morir al engaño de quien creemos que somos.

Este personaje, que creemos que somos, se ha ido gestando a tan temprana edad y de forma tan inconsciente que se ha convertido en una máscara con la que nos identificamos. Este personaje, vive encorvado sobre sí mismo. Rinde culto a su propia imagen. Está subyugado por la exigencia y el perfeccionismo. Por más que combata y se esfuerce, lo único que sabe hacer es dar vueltas, como una peonza, en torno a su auto-contemplación. Está convencido de que puede llegar a Dios por el propio esfuerzo. Pero no se puede llegar a Dios a base de puños. Su afán de superación engorda aún más su personaje. Sólo con el esfuerzo, no puede ni hacerse mejor ni llegar a Dios. No puede lograr, solo, el ideal que ama. Con frecuencia se siente como poseído por la fatiga, fruto de pensamientos vanos, de sentimientos de ansiedad, de preocupaciones, de ira, de resentimiento, de vacío, abiertamente expresados o retenidos dentro, que le chupan la energía. En un momento dado llega a tocar techo, rendido ante una sensación vertiginosa de fracaso irremediable.

Anhela destensarse, relajarse, ‘adelgazar’, reconciliarse con su sombra. Necesita no tomarse tan en serio, dejar de creerse el ombligo del mundo, dejar de ser dios para sí mismo. Su moral asfixiante, no la de Dios, es la que marca las pautas de lo bueno y de lo malo. Necesita dejarse amar por el Dios Bueno, que en el aprieto da anchura, que hace llover sobre justos y pecadores. Necesita conocer al Padre del hijo pródigo, que perdona hasta setenta veces siete, a ese Dios de los evangelios que es escandaloso para el fariseo y que le resulta imposible entender. 

Si en lugar de luchar aprendiera a aceptar el miedo, el dolor, la incomodidad, la decepción y el fracaso, comenzaría a abrir la puerta estrecha que conduce a la sabiduría. Si explorara su vulnerabilidad, se pondría en contacto con una sed insaciable que le permitiría llegar a ese anhelo profundo del alma que puede devolverle a su rostro original, a su cristo interior. Si se atreviera a aceptarse y a recibir amor por ser quien es, en desnudez y vulnerabilidad, se abriría, de par en par, ante sus ojos, la puerta que le conduce al hogar, al paraíso.

Pero no es tarea fácil, porque todo cuanto hay dentro de él, quiere mostrar su mejor personaje, tanto a los demás como a Dios. No puede imaginar que pueda recibir amor en su vulnerabilidad. Si es el personaje el que recibe amor, simplemente sigue ‘engordando’, se hace más fuerte.  Le es imposible sentir el amor de Dios, porque no se atreve a aceptarlo incondicionalmente. Para saborear el amor, para sentirse amado de verdad, tiene que aceptar la espantosa indefensión y vulnerabilidad, que es su verdadero estado.

El corazón roto, autosuficiente y viejo, sólo puede ser sanado por la Gracia, por la experiencia de un amor gratuito e inmerecido. El milagro de un corazón nuevo, que late al ritmo de la compasión y del amor, de la alegría y de la paz, es un regalo de la Gracia. Alguien tiene que tocar y sacudir el corazón para que se abra. Es un misterio. Pero, entonces, en medio de alegrías y sufrimientos, en ese maravilloso proceso a través del cual Jesús va creciendo y él menguando, podrá ir conociendo lo que es la humildad. Podrá divisar en el horizonte, como origen, camino y meta, como lo único definitivo, la infinita Anchura de Dios que nunca ha dejado de envolverle a lo largo de toda la vida.

Era un discípulo honesto. Moraba en su corazón el afán de perfeccionamiento. Un anochecer, cuando las chicharras quebraban el silencio de la tarde, acudió a la modesta casa del maestro y llamó a la puerta.
– ¿Quién es? -preguntó el maestro.
– Soy yo, respetado maestro. He venido para que me proporciones instrucción espiritual.
– No estás lo suficientemente maduro -replicó el maestro sin abrir la puerta-. Retírate un año a una cueva y medita. Medita sin descanso. Luego, regresa y te daré instrucción.
Al principio el discípulo se desanimó, pero era un verdadero buscador, de esos que no ceden en su empeño y rastrean la verdad aun a riesgo
de su vida. Así que obedeció al maestro.
Buscó una cueva en la falda de la montaña y durante un año se sumió en meditación profunda. Aprendió a estar consigo mismo; se ejercitó en el Ser.
Sobrevinieron las lluvias. Por ellas supo el discípulo que había transcurrido un año desde que llegara a la cueva. Abandonó la misma y se puso en marcha hacia la casa del maestro. Llamó a la puerta.
– ¿Quién es? -preguntó el maestro.
– Eres tú -repuso el discípulo.
– En tal caso -dijo el maestro-, puesto que tú eres yo, entra en mi casa.

11 comentarios en “Soy tú

  1. Alexandra Arana dijo:

    Nos lleva la vida entera aprender a amar. Cuando comprendemos que el otro soy yo, que no hay separación alguna entre nadie entonces la puerta estrecha se abre de par en par para
    encontrar el AMOR que gratuitamente ha sido derramado en el corazón desde siempre. Es encontrar el tesoro perdido.

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