Las lecturas de las Escrituras de este domingo (XXIII Domingo del Tiempo Ordinario – C) hablan del discipulado, del desafío y el precio de ser un seguidor de Jesús, pero también de las recompensas.
Jesús es claro, podríamos decir incluso duro, en la advertencia que hace a la multitud que le acompañaba. Les dice que a menos que odien al padre, a la madre, al cónyuge, a los hijos, a los hermanos, a las hermanas y hasta a su propia vida, no pueden ser sus discípulos. Y también que un discípulo de Jesús debe estar preparado para llevar su cruz.
En la segunda parte del Evangelio de hoy, Jesús nos aconseja considerar los desafíos del discipulado antes de comprometernos a seguirlo. Da los ejemplos de un hombre que planea construir una torre y de un rey que se prepara para una guerra. En ambos casos, necesitan estar seguros de que podrán completar las tareas que están a punto de comenzar. Así también con nosotros, no debemos comprometernos a seguir a Jesús a menos que estemos seguros de que podemos cumplir con lo que nos pide. El costo de ser un discípulo de Jesús es estar preparado para renunciar a todas nuestras posesiones.
Estas palabras de Jesús fueron tan desafiantes para aquellos que las escucharon hace dos mil años como lo son para nosotros hoy: dejar ir a familiares y amigos, renunciar a todas las posesiones y cargar una cruz. Si bien es posible que Jesús no haya querido decir todo literalmente, tiene muy claro que ser un discípulo de Jesús implica grandes desafíos y tiene un precio. Incluso significa renunciar a las cosas a las que estamos apegados: la familia y las posesiones. Esto no significa que la familia o las posesiones no sean importantes, sino que no son las únicas cosas que importan.
Pero hay una razón por la cual Jesús les pide estas cosas a sus discípulos. Es para que podamos estar listos para recibir algo más grande, algo que ahora no podemos ver o entender. En la Primera Lectura el autor del Libro de la Sabiduría dice que aprendemos por la sabiduría que nos es concedida y por el espíritu santo que es enviado desde el cielo.
Quizás lo que Jesús realmente quiere decir en el Evangelio es que, si estamos demasiado apegados a las personas o posesiones en este mundo, no podemos ver más allá de ellas. Él no quiere que pensemos que seguir su camino será fácil, quiere que seamos conscientes de los desafíos y sepamos lo que estamos asumiendo.
Pero el otro lado de este desafío es la recompensa que reciben aquellos que eligen seguir el camino de Jesús. Se expresa en la oración de la Misa:
Ós que cremos en Cristo
dáno-la verdadeira liberdade
e a herdanza eterna.
Entonces, mientras reflexionamos hoy sobre lo que significa ser un discípulo, ser un seguidor de Jesús, oramos para que no estemos demasiado apegados a las personas o las posesiones, a las cosas de este mundo, para que perdamos de vista más grande: la libertad y la herencia eterna que Jesús promete a los que le siguen.
Gracias, que se nos conceda tener el corazón abierto para recibir lo que Él quiera.
Grazas. Un saúdo.
Gracias