María, eso más nuestro que ya es del cielo, es el oasis donde se nos permite abrir plenamente el corazón para dar la bienvenida a la vida. Desde esta apertura acogedora y arrodillada, brota la paz y la alegría más elevada que uno pueda imaginarse.
En nuestro interior habita la soledad sonora, la plenitud de la gracia, el amor gratuito e incondicional de Dios. Todos poseemos un espacio, un seno que contiene la plenitud de Dios: es María, el tabernáculo del Espíritu. Nada puede alterar la belleza y el encanto de la música callada, del lugar del nacimiento de Jesús en nuestro corazón. Así es nuestra realidad: escondido en nuestro corazón y rodeado externamente de fragmentación, odio, agresión y oscuridad se encuentra imperturbable nuestro templo interior. Y esto no es una fantasía, es nuestra verdad. Cristo Jesús existe en nuestro tabernáculo; refulge, vibra, resplandece y le sentimos como una expansión del alma, como un espacio de anchura y plenitud. Este seno de Dios, esta región imperturbable, este buen lugar, este espacio inmaculado, este tabernáculo lleno de gracia, es hoy el motivo de nuestra veneración y celebración entusiasta.
Cuando te sientas destrozado, perdido, lejos de casa, cuando estar en sintonía con la vida parezca algo completamente lejano y las palabras sabias se asemejen más bien a un cuento de hadas, cuando sientas que las respuestas no llegan y que las dudas te consumen como el fuego, entonces: detente y respira. En ese espacio abierto, inmenso y acogedor, está María.
Cuando todo ese desorden llame tu atención, cuando las dudas entonen su loca melodía, cuando las historias se dejen venir como cascadas, recuerda que esa misma nostalgia que tratas de eliminar te está realmente invitando hacia tu verdadero Hogar. Ahí está María, acogiéndote en tu casa. Y recuerda que nada está saliendo ‘mal’. Todo está en las Manos de Dios. Simplemente un sueño está muriendo, eso es todo, un sueño de segunda mano acerca de cómo piensas y crees que ‘debería’ ser este momento.
Un problema es algo que anhela tu dulce atención. Una crisis es un momento decisivo. La enfermedad es una invitación a un profundo descanso y a la liberación. Un trauma es la invitación a ese tipo de aceptación que nunca antes imaginaste. Esas dudas que te carcomen son explosiones del mismo Espíritu, que te llaman para que confíes profundamente en tu propia experiencia de primera mano, es una llamada para que te dejes caer en el constante abrazo del Desconocido, de Dios. En ese momento, te abandonas en el abandono confiado de María.
Cuando estamos en nuestra región imperturbable, en nuestro buen lugar, nos acompañan emociones positivas, nuestra atención no está dispersa, tampoco está perdida. Cuando estamos en ese espacio inmaculado, mantenemos el contacto con nuestros valores, tenemos lucidez para diferenciar lo que es relevante de lo que no lo es. Permanecer en el templo interior, no significa no tener asuntos que resolver, sino que los percibimos de tal manera que podemos abordarlos con el menor coste emocional. Desde el trono de la gracia, podemos gestionar el dolor sin agregarle el sufrimiento. Podemos sentirnos sostenidos ante los vaivenes de la vida, manteniendo nuestra conexión con nuestra bondad y no con nuestra mezquindad. Y además, nuestro jardín sellado, María, cuida, con la solicitud y la ternura de una Madre, de nuestra alma pequeña, de las almas pequeñas; es consuelo y refugio de nuestra identidad dañada que necesita ser reconocida y acogida, amparada y bendecida con amor incondicional por el alma grande, para ser comprendida y nunca más demonizada ni maldecida.
María, a ti nos encomendamos, tu que eres nuestro espacio celestial interior. Deshaz en nosotros todo aquello que necesite ser deshecho. En donde nuestro corazón continúe cerrado, muéstranos la forma de abrirlo sin recurrir a la violencia. Todo aquello a lo que nos sigamos aferrando, ayúdanos a dejarlo ir. Regálanos desafíos y obstáculos aparentemente insuperables, si crees que eso nos ayuda a tener una más profunda humildad y confianza en la vida, que está en las Manos de Dios. Ayúdanos a reírnos de nuestra propia seriedad. Permítenos encontrar el humor en los lugares más oscuros. Muéstranos un profundo sentido de descanso en medio de cada tormenta. No nos libres nunca de la verdad. Deja que la gratitud sea nuestro guía y el perdón nuestro mantra. Concédenos ver tu rostro en cada rostro y sentir tu cálida presencia en nuestra propia presencia. Santa María, Asunta a los cielos, en ti confiamos y nos abandonamos, tu que siempre y en toda circunstancia, nos muestras a Jesús, el fruto bendito de tu vientre. Amén.
Preciosa exposición de la Virgen. La cual se torna cercana y con los pies en la tierra. Gracias
Gracias
Muchas gracias