Bernardo de Claraval, bandera discutida, ‘quimera de su siglo’, fue un hombre audaz, apasionado, que supo armonizar el vigor y la ternura, la fragilidad con el coraje, la amistad con la soledad. Entra en la trama sinuosa y complicada de la historia de su tiempo, rompe con el estándar monástico, siendo un monje atípico que vive el recogimiento en el bullicio, la austeridad en los palacios, la pobreza en la abundancia, el silencio en la predicación. Leyendo algunos de sus textos, se tiene la impresión de estar ante un profeta, un místico, ante un innovador y, al mismo tiempo, ante un hombre sencillo y humilde, enamorado de la humanidad de Cristo, ante un hombre tímido que quiere desaparecer.
San Bernardo es un hombre de su tiempo. Los acontecimientos eclesiales y las transformaciones socioculturales de la época le influyen y él se deja influenciar por ellas. Dios habla en la historia de los hombres, Bernardo escucha esta voz, la presta atención, la discierne y la transmite. Su temperamento, no siempre ecuánime, da a la recién fundada Orden del Císter, su impronta singular, siempre en proceso de reforma, de renovación y de adaptación.
Para Bernardo, los monjes viven establemente en el monasterio, pero su corazón debe estar en búsqueda incesante, en un constante proceso de conversión, inmersos en la ‘dinámica de la provisionalidad’ que los llevará a la experiencia contemplativa en las realidades que les rodean y a las que no deben ni pueden cerrarse. La vida del claustro es garantía de este dinamismo y camino abierto para nuevas aventuras. La monotonía propia de la estabilidad en la comunidad garantiza la verdad y la autenticidad de la creatividad de nuevas formas de vivir los valores perennes del Evangelio y de la tradición monástica. Esta estabilidad en la comunidad asegura y garantiza que cualquier compromiso que adquieran los hermanos, permanezca acorde con lo que el carisma monástico significa para la Iglesia y para el mundo.
Este hombre genial, penetrado e invadido por Dios, buscador incansable de la verdad y de la sabiduría, enamorado de Jesús a quien ama, adora, venera, celebra e imita, sabe que la experiencia de Dios tiene como finalidad la transformación del hombre en el Amor, que es la pasión de su búsqueda. Bernardo era consciente de que sus frecuentes ausencias del monasterio le impidieron aprovechar todo el dinamismo transformador que posee la comunidad como don del Espíritu. A pesar de ello, pone su sello propio a la ‘conversatio monástica’, le añade el amor, que es el tema central de toda su obra.
La Palabra de Dios despierta en Bernardo una cierta angustia existencial que le pone a veces al borde de la desesperación. Se descubre pecador y débil, constata que nace y vive con su propia historia personal, se siente fragmentado, perseguido por su sombra. Sabe que cuanto menos incorporada esté la sombra a la vida consciente, tanto más negra y densa será. Por eso, se siente impulsado a ponerse en camino para llegar a la totalidad del hombre, a su profundidad, a su integración. Es así como experimenta la humildad, la verdad de sí mismo, que le dispone a la acogida de la sombra, al perdón frente a la culpa y al amor misericordioso a sí mismo y a los demás.
Bernardo, el Amigo del Esposo, nos habla así de su experiencia: ¿Me preguntas entonces cómo conozco su presencia si sus caminos son totalmente irrastreables? Es vivo y enérgico, y en cuanto llegó adentro despertó mi alma dormida; movió, ablandó e hirió mi corazón que era duro, de piedra y malsano. También comenzó a arrancar y destruir, a edificar y plantar; a regar lo árido, iluminar lo oscuro, abrir lo cerrado, incendiar lo frío. Además, se dispuso a enderezar lo torcido, a igualar lo escabroso para que mi espíritu bendijese al Señor y todo mi ser a su santo nombre. Así entró el Verbo esposo varias veces y nunca me dio a conocer las huellas de su entrada: ni en su voz, ni en su figura, ni en sus pasos. No se me dejó ver ni en sus movimientos, ni penetró por ninguno de mis sentidos más profundos: como os he dicho, sólo conocí su presencia por el movimiento de mi corazón (SCant 74,56).
Bernardo conoció la aclamación de las gentes y recibió la admiración de los grandes. Pero, el pregonero admirable de la Virgen María es, para nosotros, un hombre de Dios porque conociendo muy bien sus defectos y confesando sus errores y desfallecimientos, se enamoró de la humanidad de Cristo, confió en su misericordia, aprendió a amar su propia humanidad y a sentir como propios los bienes y los males de los demás (San Bernardo)
Bellísima recreación de San Bernardo unida a la Humanidad de Jesús como ejemplo acertado a seguir por nosotros. Felicidades y muchísimas gracias.
Gracias
Bella recreación de s. Bernardo unida a la Humanidad de Cristo y digna de imitar. Muchísimas gracias