Los textos de hoy nos enseñan una verdadera conducta en la vida: Ver las cosas y los sucesos a la luz de Dios; dejarse guiar por su palabra y estar preparados a dejar todo para seguir a Jesucristo. He ahí la verdadera sabiduría, no la de los hombres sino la de Dios.
El sabio ha preferido el espíritu de la sabiduría a la salud y la belleza. En efecto ¿de qué le sirve al hombre ganar el universo si lleva su vida a la ruina? Pero hay que recalcar que esta sabiduría no es en absoluto rehuir las responsabilidades, del poder o de las riquezas Ellas, bien usadas pueden suponer un servicio a los hombres y al proyecto de Dios.
Esto nos ha de llevar a preguntarnos sinceramente ¿qué es lo que más aprecio en mi vida? Y también ¿Para asumir mis responsabilidades me esfuerzo por comprender lo que mis hermanos y Dios esperan de mí?
Detrás de todo esto hemos de entender lo que significa la palabra de Dios. Esta palabra divina juzga al hombre, porque revela el fondo de su corazón, a qué está atado y los motivos secretos de sus proyectos. Muestra donde el hombre ha puesto su confianza y a que destina su vida. Brillar y aparecer a sus propios ojos y a los ojos de los demás o SER con mayúscula, delante de Dios. La Palabra de Dios lo que realmente hace es mostrar al hombre el camino que tiene que seguir y hacerle cambiar de ruta si va equivocado. En el último día cuando tengamos que rendir cuentas al Señor, la palabra será nuestra abogada o, Dios no lo quiera, nuestra acusadora.
Esa Palabra es la misma que escuchamos cada día, varias veces al día o, para muchos de vosotros, los domingos y esa palabra es el espejo revelador de esa nuestra vida.
Os propongo un ejercicio: ¿Hoy al acostaros ved qué recordáis de esa palabra oída en la Eucaristía de la mañana? Nuestros proyectos, nuestros pensamientos, nuestras intenciones, nuestro medio social, nuestra familia ¿tienen alguna relación con esa palabra?
Dios viene a “perturbar” nuestros proyectos o digamos a estropear nuestra tranquilidad al tener que recibir esa palabra, verdadera constructora de nuestra vida de Hijos de Dios.
El joven rico escucha la petición de Jesús, que está mucho más allá de un cumplimiento exhaustivo de la ley. Aunque en el Antiguo Testamento ese cumplimiento exhaustivo aseguraba la vida eterna. Jesús le da una señal clara de vocación, de una vocación nueva que iba mucho más delante de la del A. T., la invitación de dejar todo y seguirle. El fracaso de la vocación del joven rico deja estupefactos a los apóstoles. ¿Es la riqueza un verdadero obstáculo para entrar en el reino de los cielos? Sí, dirá Jesús, pero la aceptación del reino es imposible a los hombres sin la ayuda de Dios.
Queridos hermanos la invitación que hace Jesús de dejar todo por Él y el evangelio no concierne solo a algunos, sino a todos los que se sienten discípulos de Cristo. Pienso que aquí no hay ese tipo de ricos, pero si nuestros propios bienes, los problemas que pueden surgir por causa de ellos, como las herencias, pueden destruir la unidad de familias y hermanos y hacernos caer en grandes tentaciones.
Pidamos muy seriamente al Señor que nos haga conocer lo que realmente desea de cada uno de nosotros. Y no piensen ustedes que nosotros los hermanos estamos fuera de semejantes o parecidas tentaciones. Recordemos las palabras de Jesús: El que esté sin pecado que tire la primera piedra. Es decir, guardemos nuestras piedras en el bolsillo, o volvamos a dejarlas en el suelo.
Gracias
Moitas grazas.