La redención de nuestro amor herido

Obra de Safet Zec

Todos nosotros estamos buscando vida, alegría, paz, lo mismo es decir, sentido para estos años que vivimos sobre esta tierra. Los años pasan y nosotros tememos que la vida se nos escape, tememos no lograr algo, tememos equivocarnos en nuestras opciones: si hubiera hecho de otra forma, si hubiera elegido otra forma de vida… Fácilmente podemos identificar una vida lograda con prestigio, éxito, poder, reconocimiento y, principalmente, sin cualquier señal de dolor. Todo esto puede desarrollarse dentro de nosotros bajo una capa de espiritualidad, porque el éxito, el prestigio y el reconocimiento también pueden ser alcanzados en un recorrido supuestamente espiritual.

Muchos de nosotros, sino todos, venimos de historias donde no hemos sido respetados, amados, sino, al revés, hemos sido juzgados, castigados, manipulados… Ciertamente todos tenemos experiencia del amor, pero lo más probable es que sea (o haya sido) una experiencia llena de condiciones. «Te amo, si…, si haces, si cumples, si alcanzas…» El amor condicionado es una fuente importante de culpabilidad porque, naturalmente, muchas veces no cumplimos con las expectativas de los demás que, a lo largo de la vida, hemos introyectado. Y lo peor es que nuestra imagen de Dios también está dañada por esto. ¡Cuántas personas no se sienten indignas delante de Dios! Para mucha gente, la experiencia religiosa no tiene nada de liberador, sino que es una forma inconsciente de reforzar el maltrato. Nos maltratamos con mucha facilidad, incluso en nombre de Dios.

Delante de todo esto, ¿Cómo no aspirar a un lugar de reconocimiento? ¿Cómo no esperar ser aplaudido? ¿Cómo no esperar un poco de compensación para ese dolor difuso que llevamos dentro? Todos nosotros sabemos que estas compensaciones son falsas y que no corresponden a la vida a que profundamente aspiramos. Sabemos que son falsas, pero son placenteras y mientras duran van tapando nuestro dolor.

El evangelio no es una propuesta moral, sino que es algo más profundo y humanizador: es un camino de sanación. El abrazo de Dios a la vida de cada uno, que la persona de Jesús encarna, es la posibilidad de redención de nuestro amor herido. Por otras palabras: Jesús baja a los lugares más inhóspitos de la vida humana, al pozo de nuestro dolor, allí donde todo falló. Allí de donde nosotros queremos salir corriendo es donde Él nos espera como el Padre esperó por el regreso del hijo más joven, con un amor absolutamente incondicional. Esta es la buena noticia: allí donde hay muerte, brota la vida abundante, porque Dios no se cansa de amar.

«Tenemos un sumo sacerdote grande, que ha atravesado el cielo» -escuchamos en la carta a los Hebreos-, pero no solo ha atravesado el cielo, también ha atravesado nuestro dolor y ha sido probado en todo exactamente como nosotros, menos en el pecado. «Por eso, acerquémonos con seguridad al trono de la gracia, para alcanzar misericordia».

¿Y dónde está el trono de la gracia? El trono de la gracia no está en lo más alto de los cielos, sino que está en lo más profundo de nuestros abismos. Solo hay un lugar de salvación en nuestras vidas, y ese lugar es nuestra verdad, la verdad de la carne herida de nuestra historia.

Hoy, Jesús nos dice en el evangelio: «Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros, nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos.»

No hay aquí ninguna imposición moral, sino solamente una descripción de la vida humana. Mientras busquemos el reconocimiento, seremos tiranos y oprimiremos a nuestros hermanos; cuando dejemos que Dios abrace la verdad de nuestra historia herida, cuando creamos que nuestra vida es bella tal y como es, entonces seremos libres para servir a nuestros hermanos con compasión y alegría, porque hemos encontrado al tesoro escondido. Hemos encontrado la vida, la alegría, la paz, en su propia fuente. Dios nos espera donde nosotros no lo esperamos; no nos pasemos la vida buscando migajas fuera de nosotros cuando dentro Él nos espera con la mesa preparada para compartir con nosotros el Pan de la vida.

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