Dejar sitio para el no saber

Obra de Silvidal Fila

Cuando nos quitan la alfombra de debajo de los pies, estamos en tierra de nadie. Lo teníamos todo controlado y, de repente, no sabemos ni dónde estamos ni qué va a pasar. Aterrorizados, nos reconstruimos y volvemos a la tierra firme conocida todo lo rápido que podemos. Cuando todo nuestro mundo está hecho trizas, se nos está dando una gran oportunidad. Pero, no confiamos lo su­ficiente y nuestra reacción habitual es hacer algo, cualquier cosa, hacer lo que sea para restaurar nuestra personalidad sólida e inmóvil, para recuperarnos, aunque ello suponga volver a malvivir con nuestra ira y resentimiento, con nuestro miedo y confusión. Cuando estamos a punto de entender algo, de permitir que nuestro corazón se abra de verdad, justo cuando tenemos la oportunidad de ver las cosas con claridad, nos ponemos una máscara y nos negamos a relajarnos, a reírnos y a dejar de tomarnos tan en serio.

Que todo se nos venga abajo es una prueba y también una especie de curación. Pensamos que la cuestión es pasar la prue­ba o superar el problema, pero en realidad las cosas no se re­suelven. Las cosas se caen a pedazos y después éstos se vuelven a juntar. Simplemente sucede así. La curación proviene del he­cho de dejar espacio para que todo esto ocurra: espacio para la pena y el alivio, espacio para la aflicción y la alegría. Lo más importante de todo es dejar sitio para el no saber. Si el que viene a bautizar con Espíritu Santo y fuego no construye la casa, en vano se cansan los albañiles.

Cuando permanecemos abier­tos y dejamos que se nos parta el corazón, descubrimos nuestro parentesco con todos los seres. Es un viaje que se dirige hacia abajo en lugar de hacia arriba. Es como si la montaña apuntara hacia el centro de la tierra en lugar de elevarse al cielo. En vez de transcender el sufrimiento de todas las criaturas, nos dirigimos hacia la turbulencia y la duda. Saltamos dentro de ellas, nos deslizamos en ellas, entramos en ellas de puntillas, va­mos hacia ellas como podemos. Exploramos la realidad, lo im­predecible de la inseguridad y el dolor, y tratamos de no quitárnoslos de encima. Aunque nos lleve años, aunque nos lleve vidas enteras, dejar a las cosas ser lo que son. Vamos bajando cada vez más, a nuestro propio paso, sin apresurarnos ni ser agresivos.

La idea que a menudo llevamos dentro es que deberíamos ser de otra manera, que, para ser aceptados por nosotros mismos, por los otros y por Dios, no deberíamos tener impurezas dentro de nosotros. A la luz del mensaje evangélico, comprendemos que todo lo que en nuestro mundo interior y en del de los otros está marcado por la sombra y el límite, es nuestra única riqueza y que, precisamente allí, es posible tener experiencia de nuestra salvación. No hay nada dentro de nosotros que merezca ser desechado. Si empezamos a razonar de este modo, quiere decir que se ha cumplido en nosotros la verdadera conversión, la metanoia evangélica. La salvación, finalmente, será darnos cuenta de nuestra verdad, de que somos heridos, limitados, frágiles, pero al mismo tiempo objetos del amor loco de un Dios que precisamente porque estamos hechos así, viene a visitarnos y a habitarnos. El Evangelio revela continuamente que todo lo que tiene el sabor del límite encierra en sí también la posibilidad de su cumplimiento.

La salvación no llegará cuando hayamos vencido nuestras miserias, sino cuando comencemos a vivir en la verdad de nosotros mismos, es decir, aceptándonos con nuestras fragilidades. Nosotros somos nuestras imperfecciones, nuestras heridas, nuestros pecados. No somos más que eso, aunque nos escondamos tras las máscaras e interpretemos guiones que no nos conciernen. Jesús vino para liberarnos del miedo de no estar a la altura frente a nosotros mismos, frente al otro y frente a Dios.

El Evangelio es memoria continua de la encarnación, del Dios que se hizo cercano y que no vino a quitarnos la insuficiencia, la fragilidad, el límite, sino a liberarnos del miedo que todo esto causa en nosotros, que vino para que no seamos aplastados bajo este peso terrible. ¡No temas! ¡No desfallezcas! El Señor tu Dios está en medio de ti, valiente y salvador; se alegra y goza contigo, te renueva con su amor; exulta y se alegra contigo como en día de fiesta.

7 comentarios en “Dejar sitio para el no saber

  1. Bea dijo:

    Muy a tono de cómo vivir el Adviento y de cómo hacer nuestra en esta Espera. Siendo muy honrados con nuestro sentir y hacer en estos días. Gracias.

  2. Pury Mercedes dijo:

    «MUJER de OTOÑO»; desnudez para la ALEGRÍA del 3 domingo de Adviento.
    Siento que la creación tiene un adentro,
    un seno, en el que se alojan las mil semillas que son PROMESAS de VIDA desconocida.TODO cae al caer las hojas, regresando el árbol a su seno, a su raíz enterrada en tierra… y es fácil penetrar en mi ser, en mi latir secreto, en mi SOLIDARIA SOLEDAD.
    Exteriormente siento y veo un derrumbe, como un desmoronamiento,pero quizás,
    una luz, una hoguera se encienda HOY, en mi adentro. La MUJER OTOÑO queda enterrada, sin mortaja que la disimule, hasta que reviva con el calor de la primavera. Vive la tierra en Adviento,el retiro de un embarazo, del silencio, y de la fecundidad; la tierra y NOSOTRAS, nos dejamos arar por la reja..aunque duela MUCHO el despojo..
    La VIDA es presa de su adentro, de su interioridad, de su SOLEDAD ahuecada en su seno. El otoño es sementera; es paciencia con cierta impaciencia.
    Es despojo, desapego, transparencia. Se caen las hojas en el bosque y nuestro ser desnudo se hace transparente. Porque cuando se caen mis PALABRAS, cuando se detienen mis deseos, cuando cesan mis expectativas,
    mi alma se vuelve transparencia del Magníficat que me habita. El otoño, el Adviento.. TODO es adentro.

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