El Niño que yace en el pesebre, inerme y abandonado al amor de sus criaturas, enteramente dependiente de ellas para ser alimentado, vestido y sustentado, sigue siendo el Creador y Soberano del Universo. Pero en esa su naturaleza humana quiere ser inerme, para que lo tomemos a nuestro cuidado. Pues aquí no se trata solo de apariencias. La pobreza del Niño y de su Madre, su soledad y su abandono en Belén, su necesidad de alimento y de ropa y de sustento son tan reales como nuestras necesidades y nuestras limitaciones. ¿Y por qué? Sobre todo, por la realidad de su amor. Ha abrazado nuestra pobreza y nuestra pena por amor a nosotros, para darnos sus riquezas y su gozo. Se ha hecho tan pobre como el más pobre de nosotros, para que nadie se eche atrás ante Él por falsa vergüenza. Pues el amor con que ese Niño divino nos ama es verdaderamente el amor de un niño humano, pero también, y con la misma verdad, el amor de nuestro Salvador y de nuestro Dios.
Thomas Merton
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