La gran revelación de la Epifanía es que Dios es el único salvador de la humanidad. Él nos creó y nos rescató comunicándonos su misma vida divina en su Hijo encarnado, luz que ilumina a todo el mundo.
La gran promesa del profeta Isaías. «Levántate, brilla, que tu luz ya llegó; sí, la gloria del Señor resplandece sobre ti». Esta promesa ya está cumplida y hoy celebramos su manifestación a todos los pueblos. Todos somos llamados a gozar del esplendor de la salvación de Cristo.
El mensaje central en lo que todo converge es Jesús, el único Salvador. Los regalos de los Magos fueron simbolizados por los Padres como la realeza, la divinidad y la pasión. Y la docilidad de los gentiles en el reconocimiento de la salvación se contrapone a la actitud de Jerusalén, que se turba, se inquieta ante ese desconocido rey buscado por unos extranjeros.
A nosotros se nos exige dar una respuesta a la humanidad que peregrina fatigosamente buscando la luz, la esperanza y la salvación para sus vidas. No es suficiente que los cristianos contemplemos y celebremos el misterio litúrgicamente, sino que, la adoración tiene que ir acompañada de la encarnación del misterio en nuestras vidas para que sea luz para todos los que andan buscando dar un sentido a su vida, un sentido que los llene de ilusión. Hay mucha gente que está cansada de vivir en la decadencia de un estilo de vida que los abruma por dentro y sienten la necesidad de abrirse a algo nuevo, lo que supone ponerse en situación de emprender un largo viaje por el interior de sí mismos y al mismo tiempo mirar para comprender las señales que se le muestran para comenzar una nueva vida que les abra el camino a la esperanza
No todo es desesperanza en nuestro mundo de todo lo horrible que en él acontece. Nosotros tenemos recibido una antorcha que brilla con luz propia, la luz de Cristo. Nosotros debemos ser ahora su Epifanía, su sal, su luz, su levadura, el grano de trigo sembrado en la tierra. Nosotros tenemos que ser el rostro de Cristo, su icono. Y tenemos que ser todo esto en una humanidad sedienta de salvación, en la que, como en todas las épocas de la historia, se libra una batalla a muerte entre la luz y las tinieblas, y el poder de las tinieblas no es aparente, es pegajoso y muy agresivo. Y nos lo advirtió Jesús: «Los hijos de este mundo san más sagaces que los hijos de la luz.»
«La esperanza exige realismo -dice el Papa Francisco- Exige ser conscientes de las numerosas dificultades que afligen nuestra época y de los desafíos que aparecen en el horizonte. Exige que se llame por su nombre a los problemas y que se tenga el valor de afrontarlos. Exige que recordemos que la comunidad humana porta consigo las huellas y las heridas de las guerras que se han sucedido a lo largo del tiempo, con una creciente capacidad destructora, y que no cesa de azotar sobre todo a los más pobres y a los más débiles. Por desgracia, el nuevo año no parece tachonado de señales alentadoras, sino más bien un recrudecimiento de las tensiones y la violencia
Pues bien, a la luz de estas circunstancias es cuando no podemos dejar de esperar. Y esperar exige valentía. Exige ser conscientes de que el mal, el sufrimiento y la muerte no prevalecerán y que incluso las cuestiones más complejas pueden y deben afrontarse y resolverse. La esperanza es la virtud que nos pone encamino, que nos da alas para seguir adelante, incluso cuando los obstáculos parecen insuperables».
¿Qué armas podemos emplear los cristianos para mantener viva la esperanza de la gente ante las impresionantes teofanías que los hijos de este mundo envían para deslumbrarnos y esclavizarnos? ¿Qué mensaje les podemos dar a todos los que se sienten atraídos por esas luces de neón que les muestran mundos de grandes y ficticias posibilidades que llevan dentro de sí todo tipo de esclavitudes? Nuestra única arma es la vida motivada por la fe, la esperanza y el amor. Los cristianos tenemos que ofrecer el verdadero oro incienso y mirra a los hermanos y hermanas embaucados por los usurpadores de la salvación. Ser testigos de la esperanza, ser testigos de Cristo, supone turbar el poder del mal, desterrar las tinieblas, hacer tambalear sus intereses y desenmascarar sus mentiras. Y para sembrar esperanza y paz en el corazón de las gentes hay que desandar muchos caminos y en el cristianismo y en las distintas religiones necesitamos una buena dosis de humildad para reconocer muchos silencios y complicidades con esas fuerzas del mal que Jesús de Nazaret desenmascaró con su vida y con su obra.
En la aparente ingenuidad del relato de la adoración de los Magos, los eternos buscadores de Dios, se nos plantean preguntas que son decisivas para nuestras vidas: ¿Ante quién nos arrodillamos? ¿Cómo se llama el “dios” que adoramos en el fondo de nuestro ser? El ejemplo de estos personajes que andan a la búsqueda de un niño desconocido nos tiene que hacer entrar dentro de nosotros y preguntarnos dónde está ese niño que todos tenemos que llevar dentro de nosotros y que tiene capacidad de maravillarse de la vida. Si como Herodes matamos al niño, nuestra vida puede ser un infierno porque con él muere toda la esperanza.
Los Magos eran sabios, pero humildes buscadores de la verdad y la Verdad es Cristo, el que nos hace libres, el que nos digo: «Si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos».
Gracias
La Comunidad monástica y Laica del Monasterio Trapense, de Sta María de Sobrado,
somos LUZ ,
como la humilde luz, de una ⭐ Estrella,
para los peregrinos,
los emigrantes y los más pequeños.
La estrella de Oriente
nos guía:
miramos la ⭐ Estrella
⭐ y nombramos a María de José,
en muestras vidas.