¡Levántate y come!

 

«Elías continuó por el desierto una jornada de camino, y, al final, se sentó bajo una retama y se deseó la muerte. – ¡Basta, Señor! ¡Quítame la vida!»

Elías es un hombre en fuga que atraviesa el desierto bajo amenaza. Su vida está en peligro. Siente miedo… De tal forma, que no encuentra sentido para su vida, la muerte le parece la mejor solución.

«De pronto un ángel lo tocó y le dijo: – ¡Levántate, come! Miró y vio a su cabecera pan y agua».

Cada ser humano está habitado por un hambre de sentido. Hay algo de no saciado en la vida de todos nosotros. Hay lugares sin respuesta en nuestro corazón, somos seres inmensamente vulnerables… Y hay momentos en nuestra historia en los que todo esto se vuelve especialmente dramático. El hambre y la sed, porque nos hacen tocar la extrema precariedad de la existencia, son lugares de riesgo en nuestras vidas. Un ser humano hambriento puede llegar fácilmente a la desesperación y sentir de cerca lo que es la locura.

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Aprender a ver la vieja tierra con nuevos ojos

Fotografía de Alex Guillaume | Unsplash

Aunque la gente buscaba a Jesús por haber quedado saciada de pan, detrás latía algo más profundo, una sed insaciable como la nuestra, un hambre del pan del cielo, el que da vida abundante que no perece, que dilata nuestros horizontes, que alivia nuestras penas, que pone esperanza en nuestras desilusiones y realismo en nuestra vida. Necesitamos disfrutar de la vida con alegría, con anchura, ser realistas con las personas y los acontecimientos sin expectativas idealistas y sin derrotismos pesimistas, viviendo con los pies en el suelo, anclados en la humanidad que somos.

La presencia real, sencilla e íntima de Jesús, nos hace sentir acogidos y amados como nunca nadie podrá amarnos. Jesús, como el pan, se dejó amasar por la vida, con sus alegrías y sus contrariedades, haciendo siempre el bien al servicio de todos. Jesús, horneado por el fuego del amor del Espíritu, pudo ofrecerse como alimento a todos los hambrientos y sedientos.

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Comuñón e compromiso

La organización del movimiento agrario | Diego Rivera | 1926

Texto en castellano

O pasaxe evanxélico do pasado domingo nos presentaba a Xesús e ós seus discípulos intentando retirarse  a un lugar solitario para acougar dos seus traballos, plan que se frustra porque ó chegar a outra banda do lago achegouse a El unha gran cantidade de xente.

A mirada de Xesús se pousa sobre a multitude que non só ten necesidade do pan da palabra, tamén do pan que enfortece os corpos para soportar o peso da vida. Sabemos que o número das persoas é hiperbólico, sómente os homes eran cinco mil, sen contar as mulleres e os nenos. Pero, que significado ten esta multiplicación dos pans. Ningún evanxelista subliñou tanto coma Xoán seu carácter eucarístico e corremos o risco de nos quedar na dimensión sacrificial e esquecer outros aspectos moi importantes da cea do Señor.

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El monje y el peregrino

 

Viajar es ciertamente una de las más antiguas actividades humanas. Donde existe el ser humano existe la memoria y la pasión del viaje. Hay una estrecha relación entre nuestra geografía interior y los caminos que recorremos, aunque no siempre seamos conscientes de ello. Cuando subimos a la cima de un monte y, desde ahí, contemplamos la inmensidad del horizonte, o cuando nos adentramos en las entrañas de una gruta desconocida para explorar sus misterios, hay algo de íntimo que se está moviendo, que se está revelando y expresando. Cuerpo y alma, somos un todo inseparable y, a la vez, somos multilingües: nos expresamos en múltiples lenguajes, por eso somos tan difíciles de descodificar y de traducir. 

La solemnidad de Santiago es especialmente querida por los monjes de Sobrado, por dos motivos: por una parte, celebramos en este día el aniversario de la fundación de nuestra comunidad, aventura iniciada en 1966; por otra parte, la acogida a los peregrinos que hacen el camino de Santiago forma parte de la identidad del Monasterio de Sobrado desde hace siglos. Monjes y peregrinos estamos unidos por un vínculo ancestral, dando cuerpo en nuestras vidas, cada uno a su modo, a una inquietud que late en cada corazón humano, y que hace de cada ser humano un homo viator. Todos somos habitados por una urgencia de itinerancia, por una búsqueda de sentido, por un deseo de infinito.

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Somos bondad y compasión

Fotografía de Adrianna Geo | Unsplash

El evangelio de hoy (Mc 30-34) termina diciendo que Jesús se compadece de la multitud, una multitud formada por gentes de todas las aldeas, que andaban como ovejas sin pastor, no tenían quien los cuidara. Jesús es el buen pastor, que siempre cuida, que se compadece, que cura las heridas, que se fija en las necesidades de los demás.

A todos nos gustaría ser compasivos como Jesús, mirar a la gente con bondad y compasión – y la verdad es que este deseo corresponde a nuestra identidad más profunda: puede costarnos creerlo, pero todos somos bondad y compasión, porque todos somos creados a imagen y semejanza de Dios. Y lo verificamos fácilmente: todos nos sentimos más felices cuando cuidamos, amamos, nos compadecemos, colaboramos, ayudamos… Por eso, sabemos que esa es nuestra verdad.

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Encontrar el camino hacia nuestro corazón

 

Jesús recomienda a sus amigos que vayan con un bastón y nada más, pero sin pan ni alforja ni dinero, es decir, ir a pecho descubierto, confiando sólo en Dios y en la Buena Noticia del Reino. Les dice que en todo se pongan al nivel del otro: quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio; les da autoridad para que echen demonios y curen a los enfermos que haya, y naturalmente no se refiere sólo ni principalmente a las enfermedades físicas. Curar significa alejar de un ser humano todo aquello que le impide ser él mismo. Les encomienda predicar la conversión: lo único que un ser humano debe saber es que Dios le ama, que es alguien cercano, que es tan íntimo, que es lo más hondo de su propio ser, que no tiene que ir a buscarlo ni al templo, ni a las religiones, ni a las doctrinas, ni a los ritos, ni al cumplimien­to de la norma.

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San Benito

San Benito entregando la Regla a San Mauro y otros monjes | Abadía de Saint-Gilles, Nîmes, Francia | 1129

En esta fiesta de san Benito agradecemos el poder estar reunidos, un día más, por puro designio amoroso de Dios. No es algo mágico o mítico. Así es como se expresa la Voluntad de Dios en la vida, a través de los acontecimientos que nos suceden y que nunca podremos explicar del todo, incluso aunque nos ayudemos de todas las ciencias auxiliares que nos facilitan la comprensión de esta vocación. El porqué hoy está sucediendo lo que estamos celebrando y viviendo, escapa en último término a nuestra comprensión. Por lo tanto, nuestra actitud desde la fe, ante una nueva celebración anual de san Benito, no puede ser otra que la del asombro y la gratitud.

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No despreciéis as los profetas

Lavatorio de los pies | Xaime Lamas, monje de Sobrado

«No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa».

Creo que no nos tiene que extrañar la actitud del pueblo de Nazaret con respecto a ese paisano que iba de “maestro” pero que no era más que uno de ellos: un artesano.

La persona de Jesús de Nazaret era abierta como eran y son los profetas a lo largo de la historia. Diga lo que diga, el profeta lo hace desde su propia experiencia, con un lenguaje claro y simple que descontrola y deja en evidencia a los que aguardan una sabiduría esotérica solo comprensible para los iniciados, los sabios y entendidos al modo humano. La sabiduría del profeta es sabiduría de Dios, porque «La sabiduría de Dios es más sabia que toda la sabiduría de los hombres». Y está encarnada en los acontecimientos de la vida, y es desde la vida en done el Dios y Padre de Jesús de Nazaret se acerca a las gentes.

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