
Desde que nacemos necesitamos sentirnos sustentados por alguien que nos proporcione confianza, una confianza vital. En determinadas circunstancias, esta confianza básica no logra desarrollarse en la etapa inicial de la vida y el niño muere mentalmente. No es capaz de responder ni de aprender, no asimila los alimentos, ni puede defenderse frente a una infección, llegando con frecuencia a morir, no solo mental sino físicamente.
Esta carencia de confianza básica es algo que, a todos, en mayor o en menor medida, nos acompaña a lo largo de la vida. Y aún cuando no hayamos muerto ni física ni mentalmente, hemos tenido que sobrevivir como hemos podido y lo mejor que hemos sabido. Para ello nos hemos revestido de una coraza protectora que nos mantiene al resguardo de innumerables amenazas que nos fuerzan a vivir cautivos del miedo y de la desconfianza. Esta falta de confianza vital parece estar siempre ahí, al acecho, dándonos la sensación de que nunca podremos deshacernos de ella.
Sigue leyendo